En el corazón de Sierra Espuña, en un plácido entorno de pinos, con un puro y gélido aire procedente del cercano Pico del Morrón, se halla desde hace un siglo un hospital para enfermos de tuberculosis y lepra. Contrasta su bucólica situación con la podredumbre del centro.
Durante décadas. miles de enfermos recibieron tratamiento, o mas bien estaban apartados mientras sus vidas iban acabando con mucho dolor y alejados de la civilización por miedo al contagio, ya que en España (principios del siglo XX) morían casi 30.000 personas al año.
La malnutrición, la insalubridad y el hacinamiento familiar favorecía, junto la falta de medicamentos, la expansión y contagio de la enfermedad.
En este sombrío lugar se amontonaban los enfermos y los que morían eran sacados por la puerta del sótano y apilados unos sobre otros a la espera de que los carreteros los trasladaran hasta el cementerio de Alhama.
Según cuentan, muchos de estos cuerpos se sacaban sin verificar que habían muerto. La masificación del establecimiento propiciaba las prisas y el desorden para aquellos cuerpos ya inertes, y con su desalojo se hacía hueco para los que llegaban.
Hay leyendas que hablan de arrieros que saltaban del vehículo al escuchar terroríficos gritos de angustia y golpes procedentes de las cajas de los pacientes que aún estaban vivos.
Con el descubrimiento de la estreptomicina en 1943, su tratamiento permitió dar de alta a un gran número de pacientes que fueron abandonando el sanatorio, el resto, en proceso de recuperación, fueron enviados a otros hospitales En 1962 las instalaciones se clausuraron.
En los años ochenta se procedió a su reapertura y transformado en colegio y albergue juvenil.
Pero la leyenda negra del establecimiento había crecido demasiado. Y aún crecería más.
Algunos de los jóvenes que pernoctaron en aquel lugar asegurban haber oído en la zona abandonada del hospital lamentos y ruidos a través de las paredes, puertas que se cerraban y abrían, desplazamientos de camillas en el sótano y algunos chicos comenzaron a dejar el centro aterrorizados.
En 1995 se cerró para toda actividad y fue en ese estado de abandono cuando el edificio recuperó y acentuó su leyenda de fenómenos extraños y psicofonías.
Un antiguo vigilante del edificio confesó que allí había algo que no podía explicar. Se escuchaban voces y gritos procedentes del sótano, así como arrastre de camas, pero sobre todo, explicaba, la continua sensación de pánico fue la que propició dejar ese trabajo. “¡Jamás volveré allí!”, dijo.
Otro empleado manifestó haber escuchado las cisternas de los retretes funcionar, algo inexplicable porque allí no había agua. “También oímos el ascensor, así como música de los años 50”.
En los años 80 un destacamento militar de maniobras por la zona decidió pasar la noche allí. El vigilante de guardia dio el alto a lo que él mismo definió como “una sombra gelatinosa y translucida” que avanzaba hacia él. Al no detenerse lanzó dos disparos que alarmaron al resto de compañeros. El soldado declaró que aquella “presencia” desapareció, dejando un olor a alcohol medicamentoso. Este pasaje que heló la sangre de cuantos lo presenciaron.
Días más tarde un guarda forestal observó, durante varias noches, grandes pajarracos negros circunvalando el abandonado sanatorio, con un ‘croac’ estremecedor.
En la actualidad el edificio es frecuentado por equipos de investigación y se cuentan por decenas las supuestas psicofonías registradas.
Uno de estos grupos de parapsicología pusieron cámaras en distintas estancias, y uno de los fenómenos que más se repiten es una borrosa figura de una dama envuelta en un sudario blanco deambulando por los pasillos.
Siluetas difusas que repetían: “¡Iros, iros de aquí, estamos tísicos!” (Así llamaban antes a los enfermos de tuberculosis).
Sensaciones de pánico en un edificio que parece no haber dejado escapar las almas agonizantes que en otros tiempos recorrieron sus pasillos.
Actualmente, el concejo municipal con su alcalde, Diego Conesa, a la cabeza recuerdan que en tiempos el sanatorio tuvo mucha vinculación con el pueblo. También consideran la ruina del edificio pero sin presupuesto comunitario para restaurar y sito en un parque natural protegido.
Pero quizás lo más importante es “no invertir ni un euro en un centro que no se libra de ser un escenario de negras leyendas y olvidarnos de lo que allí pasó o pudo pasar”, manifiesta un concejal.
Murcia, diez de junio de 2018.