Era víspera de Navidad y Pablo salía de su trabajo. Cuarenta años en la misma empresa. Era un gran día. Se reunía con su familia para la cena de Pascua y desde joven tuvo siempre la ilusión de mantener este núcleo familiar que con el paso de los tiempos se estaba desintegrando.
Mientras caminaba miraba al cielo estrellado pensando en el futuro de sus hijos, al tiempo que la nostalgia de tiempos pasados invadió sus pensamientos. La imagen del Patriarca San José en su belén parecía decirle, “goza de esta noche que quizás no vuelvas a tener otra”. Disfrutó de una cena completa de felicidad, cantaron villancicos, sobre todo el favorito del abuelo el ‘Chirriquitin’. Vio al grupo familiar con sana alegría y en buena armonía.
Ante toda esta grandeza quedó dormido en su sillón favorito. Y mirando a la cúpula celeste comenzó a soñar.
En esa víspera de Navidad, el Niño Dios, pretendía decirnos que “todas las religiones eran igualmente respetables”, y que en nombre de ninguna de ellas se podía incitar al asesinato, al terrorismo o a la violencia. Y en esa constelación de estrellas había mensajes dirigidos al hombre para que acabaran las guerras; para que desaparecieran las redes de traficantes; para que el blanco, el negro y amarillo convivieran pacíficamente en un mundo prestado al hombre.
De pronto, sentí en mi rostro una pequeña mano.
– ¡Abuelo, abuelo!, despierta, tu nieto va cantar el ‘Burrito sabanero’ que también te gusta.
Volvió a quedar dormido, mirando de nuevo al cielo observo una estrella que tenía una refulgente cola que hacia Oriente se dirigía. Quizás para despertar conciencias y dar esperanza a millones de personas victimas del racismo y la xenofobia, para que tuvieran una ilusión pensando que un día, no muy lejano, desaparecerían las persecuciones, los maltratos, y podrían trabajar y establecerse en país de acogida para ayudar a crear riqueza. Y por fin el hombre ya no abusará y esclavizará al hombre que durante siglos venía padeciendo. Desde miles de kilómetros el cielo ofrecía una hermosa vista.
“Desde aquí arriba no se ven fronteras […] Quizás solo haga falta altura de miras para solucionar los conflictos nacionalistas” (Pedro Duque).
Observé una limpia capa en la estratosfera, mi planeta había florecido, el cambio climático ya no causaba su negativo efecto. Había desaparecido la emisión de gases tóxicos que venían envenenando nuestras mentes. Por fin los hombres, y sobre todo los gobernantes, habían comprendido que éste es nuestro hábitat, y no solo para los presentes sino para futuras generaciones.
Su mente había ideado un mundo maravilloso, un mundo construido para el hombre, pero al tiempo destruido por el hombre debido a su egoísmo y a no saber escuchar a su corazón. Durante toda la noche estuvo nevando. De pronto ceso y el hijo de Pablo le tocó en el rostro y le sintió frio y sudoroso, con la mirada fija en la Estrella del Belén instalada en el salón de casa.
Alarmado gritó
– ¡Papa, papa!
De inmediato, sonoras sirenas y destellantes luces acudieron. Último vuelo de Pablo.
Arriba contará a Dios todos los problemas de aquí abajo, para que algún día encuentren paz los hombres de buena voluntad.
Reflexión
Después de dos mil años sigue la confusión sobre si vino o no y seguimos esperando a Jesús (judíos ortodoxos y agnósticos dirimen sus teorías).
Después de dos mil años continúan los conflictos en nombre de Dios, hoy los yihadistas a través de la ‘guerra santa’ tratan de imponer a golpe de terror su religión.
La reciente guerra de los Balcanes, con un alto precio en víctimas.
Hoy miran al futuro y se tratan con respeto y en paz.
Quizás la palabra de Dios, en sus distintas versiones, vaya teniendo eco en la conciencia de los líderes espirituales y sean capaces de respetar las creencias de cada uno. La próxima quizás sea la unión entre Palestina e Israel.
Convencido estoy de que Alá y Jesucristo lo aprobarían, porque lo importante es el Hombre.
Murcia, 16 de diciembre de 2018