Durante tres meses lo único que escuchaba eran bombazos, disparos, voces y lamentos en la distancia. Sumergidos en el barro de las trincheras, el bandos alemán y el británico repartían balas y morteros.
Los cadáveres apilados en tierra de nadie marcando la frontera del conflicto. Y el sepulcral silencio de la noche concedía un descanso.
Pero un día, apenas comenzó amanecer, quiero recordar que fue un diciembre de 1914 cuando desde el bando alemán nos llegaban cánticos de Navidad. El sonido quebró el frío silencio de la madrugada. Mientras nuestra gente, los británicos, comenzamos a salir de las trincheras, encendiendo velas en un abeto que colocamos junto al muro e hicimos sonar las sirenas al tiempo que cantamos villancicos de la tierra.
Esto contaba, el joven cabo escocés Alfred Anderson último testigo de aquella guerra que falleció a los 109 años. Y continúa, “como todas las navidades dedicaré mis pensamientos aquella terrible contienda al tiempo que recordaré la maravillosa noche de paz, así como a los compatriotas que no pudieron volver a casa”.
Algunos mandos intermedios como el teniente alemán Kurt Zehmisch pidió a sus hombres que en estas fechas reinara la calma, “en Nochebuena, si podemos evitarlo, no sonará ningún disparo desde nuestras posiciones”.
Todos comenzaron a moverse a su antojo fuera de los puestos de tiro compartiendo confidencias y cigarrillos, y en forma tácita aceptaban no disparar. Otros aprovecharon esta tregua no autorizada por el Alto Mando, para enterrar a sus muertos y elevarles un responso.
Pero la mayoría jugarían un partido de fútbol que duró dos días, las balas se detuvieron y el conflicto quedó aparcado.
Nunca se supo quién ganó, yo creo que ninguno, pero si es verdad que el espíritu navideño quedó patente y fue el árbitro de una contienda quizás la más mortífera de la historia, en la que murieron casi nueve millones de soldados y seis millones de civiles.
No obstante el Alto Mando ejerció su poder y amenazaron a los oficiales y soldados con un consejo de guerra si volvían a entablar amistad con el enemigo.
“Estas cosas no deberían pasar en tiempos de guerra, ¿no tienen los soldados alemanes sentido del honor patrio?”, refunfuñó el joven cabo alemán Adolf Hitler.
No participó en esa tregua navideña pero si desató la barbarie más terrible de la historia de la humanidad años después.
También en el bando británico, el comandante Bertie Fels, recriminó el parón navideño y obligó a su tropa a volver a sus posiciones de contienda. “Estáis aquí para matar alemanes, no para hacer amigos”.
El capitán Stockwell, del regimiento galés, cuenta en su diario que en la mañana del 26 de diciembre saltó de su trinchera y realizó tres disparos al aire para advertir a sus contendientes de que la paz había acabado. Un oficial alemán con el que había charlado el día anterior le hizo un saludó marcial antes de volver a su posición. Momentos después las armas volvieron a rugir.
En otros frentes fueron los alemanes quienes avisaron del final de la tregua.
El teniente de un regimiento alemán en Lille hizo llegar este mensaje a sus enemigos; “Caballeros, nuestro comandante ha ordenado reiniciar el fuego a partir de la medianoche del 26. Es para nosotros un honor avisarle con antelación”. (todo, al mas puro estilo Gila)
Todo parecía ser un sueño de dos noches en una de las guerras más crueles de la vieja Europa.
Nadie sabe como y quién empezó todo, pero si sabemos que para la posteridad solo quedará el recuerdo de unas horas en la que el fútbol sustituyó a las armas. Y que millones de soldados fueron felices durante esos días.
Murcia, 2 de enero de 2019