Fiel a describir mi entorno inmediato quiero comentar describir el jardín que no parece un jardín que han construido justo a las puertas de mi edificio. Ocupa unos 100 metros cuadrados, tiene baldosas de terracota, grandes tubos convertidos en maceteros y pintados de un color carmesí, del que asoman plantas resistentes a las tórridas temperaturas y a la carencia de agua. No tiene aparatos para los pequeños, ni bancos para los mayores. No tiene césped, ni arena, pero si zahorra o chinarrillo que la zagalería utiliza como munición en sus juegos.
La mitad del recinto sombreado por media docena de jóvenes moreras, que a su vez, supone el refugio nocturno de los gorriones y petirrojos caribeños que, con su madrugador trino alegre te despierta.
Cinco grandes contenedores delimitan su entorno, tragando todo lo que le echen. De cuando en cuando, y de vez en vez, son visitados por registradores necesitados.
No obstante, estoy contento. Se trata de un jardín de barrio. Y desde la ventana vemos círculos concéntricos en un desigual tamaño, oteando un amplio espacio donde ver y respirar.
Han sacrificado zona de aparcamiento y comido parte de la acera, pero es mi jardín o lo que quiera que sea.
Cualquier espacio en la acera es bueno para crear un pequeño jardín, lo importante es que esté bien cuidado.
Quizás todos necesitemos un jardín en la puerta de casa, que ofrezca contraste con el vial circulatorio. Que su aislamiento te haga pensar y en ocasiones reír, evocando cierta soledad al caer la tarde.
Se que es un jardín raro, pero es mi jardín.
Murcia, 31 de mayo de 2019