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José Hernández

El salto del grillo

Mocedades de Don Quijote

Un pariente que residió durante 25 años en Birminghan, dando clase de español en la Universidad de aquella vetusta gran ciudad, sabiendo de mi interés por los temas literarios me trajo un manuscrito titulado, “Mocedades de Don Quijote” de D. Miguel de Cervantes, no publicado.

La famosa obra de Cervantes nos presenta un Don Quijote de edad ya madura que se retira a su casa natal, Argamasilla de Alba, para leer, incansablemente, libros de caballería. Hasta ese momento, nada sabemos sobre la crianza y juventud del famoso, Caballero de la Triste Figura.

Pero aquí la tenemos.–Nacido de una noble familia, venida a menos, desde su infancia demostró inquietud y vitalidad por conocer su entorno. Cuando de muchacho hubo aprendido, con el cura del lugar, algo de latín y teología, sus padres lo enviaron a la Universidad de Salamanca, donde, desde el principio se sintió atraído por los maestros de la filosofía.

Pero después de dos años se sintió aburrido y cansado de aquella disciplina, de aquellos jugueteos dialécticos y del pensamiento. Alonso de Quijano, que así se llamaba nuestro personaje, se dirigió a las letras y se deleitó escribiendo, “romances y redondillas” sobre temas amorosos. En tanto, se había enamorado de una bella joven, hija del corregidor, que, aun cuando solo fuera con tímidos gestos y miradas, ella, parecía corresponder a su fogosa pasión. Por fin una noche pudo hablar, la muchacha le prometió ser suya y de ningún otro. El joven caballero (aún no andante) satisfecho de felicidad continuó soñando y escribiendo para ella ardientes y enamorados poemas.

Pero un horrible día, se enteró que su prometida se había casado con un doctor, amigo de su padre. Alonso se dio cuenta de qué clase eran las mujeres, incluso las más angelicales. Tomó odio a la poesía que tan poca ayuda le había prestado. Su desesperación fue tal que solicitó y obtuvo ser admitido como novicio en un convento carmelitas. Había sido, desde pequeño, un cristiano devoto y ahora después de la traición de su amada, se convenció de que solo a Dios merecía la pena seguir. Permaneció en aquel convento poco más de un año, esforzándose por llegar a los más elevados grados de perfección. Pero el panorama que brindaban los monjes; jóvenes y mayores, era, para su alma cándida, algo muy distinto que un ejemplo de edificación piadosa. Los más eran perezosos e indiferentes. Otros se mostraban arrogantes, malignos e hipócritas. Ni siquiera faltaba quien se embrutecía en la embriaguez o asediaba a las mujeres. El futuro Don Quijote se atrevió a denunciar aquellas desvergüenzas ante el Maestro de novicios, quien desde aquel día le tomó ojeriza y se complacía en atormentarle con injustos castigos.

Una mañana, el Superior, le llamó a su presencia y le dijo que no estaba seguro de su vocación religiosa; el joven novicio tuvo que dejar los hábitos y marcharse. Gracias a la protección de un tío marqués, bienquisto del rey, el joven fue acogido como gentilhombre de cámara en la corte de Madrid. Esta fue, según Cervantes, una de las más desdichadas experiencias de su vida. Tenía casi treinta años, su espíritu había madurado con largas lecturas y meditaciones. Todo lo que observaba a su alrededor le hacía sufrir. La corrupción y abuso de las mujeres, la altanería y prepotencia de los grandes subyugando a los más débiles, las intrigas palaciegas y engaños , la traición de la clase política, la abyección de los subalternos. Todo ello, hería y ofendía su ánimo sensible. No pudiendo aguantar más el hedor de aquella dorada cloaca, pidió licencia a su majestad y obtuvo permiso para dirigirse al Nuevo mundo, como oficial de la guardia de un virrey.

Entusiasmado y contento al principio estaba el joven castellano, recorriendo a caballo montañas y bosques entre gentes salvajes, tan diferentes a las de su patria. Pero, poco después, también esta nueva experiencia acabó tan dolorosa como las anteriores. Cristiano y gentilhombre como era, el futuro defensor de los débiles no pudo soportar la vista de las atroces exacciones y cargas a que eran sometidos los pobres indios. La crueldad y la jactancia de los conquistadores, la avidez y compulsión de los oficiales, los abusos y depravaciones de la soldadesca le causaron náuseas, de repugnancia y de horror….

En su honesta ingenuidad, tuvo la osadía de denunciar aquellas vergüenzas al Consejo de Indias. Desde España, inmediatamente, se envió un inquisidor real, quien, comprado con buenos ducados por el virrey, escribió en su informe que el señor Alonso Quijano no era más que un visionario calumniador, un loco perturbado, y como tal lo hacía arrestar. Conducido a España fue encerrado en la cárcel de Alba de Tormes, donde languideció durante algunos años, sin ser juzgado por ningún tribunal. El desventurado se resintió de aquella infame injusticia y cayó en alguna especie de fantasmagórica melancolía de las que nunca llegó a recuperarse. Considerado, al fin, enfermo poco peligroso, fue puesto en libertad. Ya no quiso emprender ninguna nueva aventura. Volvió a la casa paterna, en la que ya habían muerto todos los suyos, y trato de consolarse de la desagradable realidad vivida, y que en tan variada forma había conocido, refugiándose en el imperio de la fantasía heroica y en los poemas, donde encontraba satisfecho su ideal de caballero cristiano, amoroso y sin miedo.

Se comprende, al fin, por qué el viejo gentilhombre desilusionado, entristecido y perseguido, se quedó solo en su casa, leyendo aquellos libros de aventuras, únicas que podían consolarle y compensar la dura realidad que hasta entonces le habían hecho sufrir tanto. Quien no conoce la juventud de Alonso Quijano, no puede comprender la madurez de Don Quijote de la Mancha y sus generosas extravagancias. Lo que después sucedió, una vez saturado de aquellas lecturas en solitario, es conocido por todos los que han leído la obra maestra de Don Miguel de Cervantes.

(La muerte le impidió dar forma artística y publicar el presente manuscrito).

MURCIA, 19 de noviembre de 2019.

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