Como siempre, la primavera llega preñada de frutos, deslumbrante de sol, cargante y llorosa de rayos, truenos y tormentas.
Y para ilustrar la florida estación quiero relatar un cuento con su consiguiente moraleja, «El balde de la anciana».
La señora poseía dos grandes baldes, suspendidos en cada extremo de la vara y que ella cargaba en su espalda.
Uno de los baldes estaba rajado y el otro en perfecto estado.
Este último siempre llegaba lleno de agua desde el manantial hasta la casa, mientras el roto llegaba medio vacío.
Naturalmente, el balde perfecto orgulloso estaba de su eficacia y el pobre balde rajado, sentía vergüenza por llevar solo la mitad del agua a su destino.
Después de dos primaveras, reflexionando sobre su propia y amarga incompetencia por estar rajado, el balde habló con la señora.
¡Siento vergüenza de mí mismo, porque esta rajadura que tengo me hace perder la mitad del agua durante el camino hasta tu casa, me siento inútil!
La anciana sonrió; ¿has observado que lindas flores hay solamente en tu lado del camino? ¡Y todos los días, cuando regresábamos, tú las regabas!
Durante dos años pude recoger aquellas bellísimas flores para adornar la casa, así como algunas verduras para alimentar a mi familia.
Si tú no fueras como eres, yo no habría disfrutado de aquello en mi hogar.
Cada uno tenemos algún defecto. Pero ello hace que cada uno de nosotros nos cumplimentemos y permite que la convivencia sea más gratificante.
Es preciso aceptar a cada uno por lo que es y descubrir lo que hay de bueno en él.
¡Por lo tanto, mi defectuoso amigo, buen día y recuerda regar las flores de tu lado del camino!
Murcia, 28 de abril de 2022