Las luces intermitentes de los grandes almacenes, los barrocos adornos colgando, la parafernalia de los brillantes escaparates distorsionando las miradas y reclamando nuestra presencia. Todo está armoniosamente preparado para provocar tu consumo. El repetitivo sonido de los villancicos producen sentimientos. Primero de alegría y después de melancolía y tristeza:”Beben y beben y siguen bebiendo, y campanas y más campanas, y por fin el chirriquitiín“ (mi favorito). Todo ello hace que esta noche sea distinta a las demás Entre la multitud, que entra y sale de los almacenes, vemos familias cualificadas, distraídas y risueñas. Pero también observamos personas desteñidas, sin rumbo aparente, sentadas en cualquier lugar, como fuera de contexto, se les ve, pero no se les mira. Ellos saludan sin levantar la vista en una cantinela repetitiva y tienden su mano. Son los indigentes. A las afueras de la ciudad se alza un campo de refugiados procedente de países en guerra, instalados en tiendas preparadas por el voluntariado y arropados con mantas facilitadas por las ONG. Seis mediocres focos alumbran su espacio encharcado. Alivian el intenso frío mediante hogueras encendidas en el exterior.
Y quince puntos de agua a lo largo de todo el campo para su aseo personal. Circundando el cielo del campamento, un dron puesto en órbita por el gobierno del país vigila sus movimientos. Pero observo en sus caras, ilusión y optimismo, se sienten seguros y no dudan que a partir de ahora comenzarán una nueva vida. De pronto, y de no se sabe donde, aparece una estrella de brillante cola, provocando un gran apagón, toda la ciudad enmudece, las personas quedan inmóviles, el silencio se hace irrespirable acompañado de una atronadora nube seca relampagueante. Solo los parias e indigentes se percatan de tal situación y reaccionan. Todos se dirigen al mismo punto de encuentro.
Paso lento primero como con temor, luego van acelerando su caminar para encontrarse ambos grupos en un lugar final donde habita una familia con algunos animales. Se miran unos a otros, se saludan tímidamente, y se abrazan llevados de un entusiasmo nunca vivido. ¿Qué les está pasando?, ¿qué calor fraternal perciben? Jamás lo habían experimentado, ya no se sienten solos, algo les está ocurriendo.
Desde la bóveda galáctica truena una potente voz: «¡Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad! No temáis, no sintáis miedo, nadie podrá haceros más daño. Alguien acaba de nacer, es un hombre bueno, misericordioso y de paz. Salid a su encuentro, su lugar no tiene pérdida si lo buscáis con amor, esperanza y perdón a los que os agraviaron».
Mientras, el resto de personas y familias cualificadas y acomodadas siguen su tramoyante deambular por los pasillos de los grandes almacenes comprando y celebrando su particular fiesta navideña.
Porque, en verdad, no es un día cualquiera, es Navidad.