— Las arrugas cubren la tez de tus años de madurez. La barba que luces; símbolo de sabiduría y honor, según los antiguos griegos. Limoneros, acequias, brazales, viejos molinos, sendas y atajos, acompañaron tu desarrollo de crianza y trabajo. Ven, siéntate a mi lado y acomoda tus palabras en mis oídos, porque todos deseamos escuchar tu pasado triunfal de “guerra y pasión”, y sueños de vida.
— Fue un pasado, tu pasado, nuestro pasado, quizás glorioso, que se extiende tibio, pero emocionante hasta el presente. Porque eres la continuidad generacional y el legado testimonial de otra época.
— Cuéntame algo de aquella huerta, de aquel patio con pozo de agua fresca, de la sombra de aquella vieja higuera, del enorme nogal donde se alzaba la caseta de tu fiel ‘Simpatías’.
— En julio y agosto me tocaba regar, y acompañar la cogida del melocotón. Me bañaba en el ‘partior’ de la acequia, y en ocasiones, sin que mi madre se enterase, me escapaba al río.
— Dime, cómo crecieron tus hijos, donde estudiaron, si fueron a la playa o se capuzaron en la acequia como tú.
— Ellos cubrieron su etapa de enseñanza educativa con puntualidad y aprobación en su resultado (gracias a que no existían los móviles ni las redes sociales, que a mi juicio, vienen perturbando el ambiente).
— ¡Sigue contando!,! No te levantes de mi lado! ¡Y qué fue de tu perro de presa color morado!
— Era bravo, pero noble con la familia, murió de soledad o quizás de “solitaria”
— Abuelo, ahora y siendo el día de la familia, declama una poesía.
— Bueno, una poesía, quizás no, pero sí una reflexión.
¡Sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aun cuando fugaces, nos permiten percibir la sintonía armoniosa de la familia!
Murcia, 16 de marzo de 2023