Crisis de identidad en todo el estado, pero quizás en Cataluña se acentúa. Vive su alteridad llena de incertidumbre. Ser o no ser. “De aquí o de allá”. Un complejo cóctel de relaciones de pertenencia en diversos grados, uno puede ser catalán de raíces profundas (Prat, Valls, Tardá, Olliol, Pujol, Trias,) o quizás, catalán a medias, charnego, moro, sudaca o español. De seis millones de residentes catalanes, se calcula que 3,6 millones son directos o indirectos descendientes de emigrantes. Lo mismo ocurre en Madrid pero con otras connotaciones sociales.
En la segunda mitad del Siglo XX abandonaron sus pueblos para dirigirse a la floreciente industria catalana convertirse en mano de obra barata, con largas jornadas de trabajo y pocas exigencias, procedían en su mayor parte de, Andalucía, Extremadura, La Mancha o de Murcia.
Fueron tiempos de prosperidad y crecimiento para esta Cataluña que parece haber olvidado el origen de su base social actual, hijos de aquellos emigrantes cuya naturaleza y raigambre pertenece a otros pueblos y se envuelven en la bandera independentista, cual sangre de masias corriera por sus venas.
¿De quién es esta tierra? Quizás de la Corona de Aragón. No.
Es de quienes residen, catalanes de origen o llegados, pero también es cierto que ese territorio es parte de España, indivisible, al menos de momento.
No hay una soberanía de origen, es decir, si no hay un tratado entre territorios aceptándose mutuamente para integrarse o conquistarlo a base de lucha. No creo que Cataluña voluntariamente decidiera formar parte del territorio nacional, pero hoy venimos estando juntos varios lustros. Hoy la soberanía es compartida y representada por una unidad del Estado y delegada en comunidades autónomas.
Si no nos gusta iniciemos un proceso modificando la Constitución o negociando y acordando reformas estructurales y de financiación votando todos para saber que queremos ser hoy y de mayores.
Pero, «¡me voy porque ya no te quiero, estas en crisis, eres corrupto, movilizaré a mis ciudadanos, no me das lo que te pido, no pagaré la deuda!», etc, etc.. no parece el camino mas democrático para desertar de un país. Creando así un estado de insatisfacción permanente y un cabreo entre las propias familias.
Los dirigentes políticos, a quienes damos nuestra confianza, dicen escuchar y conocer las necesidades y motivaciones del ciudadano, pero lo único que oyen es su propia voz del egoísmo y su ambición personal de más poder, nos utilizan y a veces llevándonos a callejones sin salida. “Derecho a decidir” es su principal y engañoso mensaje, concepto puramente democrático sin lugar a dudas, pero decidir qué y con quién.
¿Independencia? Lo prohíbe la actual Constitución.
¿Autodeterminación? Solo es aplicable para las colonias respecto a sus países colonizadores.
¿Qué hacemos? Sentémonos para hablar con el resto de las comunidades a través del Gobierno central, y si éste tampoco nos gusta cambiémoslo en las próximas elecciones.
Los nacionalismos enriquecen un país. Las costumbres, la lengua, su historia, sus apellidos… la amenaza está en el independentismo, es decir, el fraccionamiento de una unidad que siendo soberana queda debilitada para su continuidad social y económica.
¿De quién es esta tierra? No pueden decidir unos pocos su destino cuando afecta a unos muchos.
Murcia, 26 de septiembre 2017