Donde la gaviota, aprovechando la época de celo,
planea dibujando arabescos sobre el luminoso cielo
mientras el niño la sigue contemplando su gracioso vuelo
y sus pequeños brazos levanta como queriendo atraparla.
Donde la luna se toca con la aurora
donde uno morir quisiera con alegría,donde no existe el tiempo ni la hora,
donde la calma se hace sinfonía.
Donde las madres en madrugada velan
y esperan que los barcos arriben a puerto
contando uno a uno sus tripulantes que zarparon
por si alguno olvidaron.
Pero a mí, en esta hora crepuscular, la playa me sabe a dolor y sudor,
a pateras a la deriva de hambres pendientes,
y esperanzas compradas a hermanos delincuentes
que prometieron futuro incierto sin ningún pudor.
Ahora, la playa es un cementerio de sueños truncados por el mar,
es lugar de hambre, llantos y olvidos,
es refugio de escondidos y perseguidos.
Ahora la playa no es lugar para turistas…tampoco para amar.
Mientras la rizada mar, y a contrapelo, se hizo espumosa
y yo, yo me siento un naufrago en el mar de la confusión
y yo, yo debo volver tierra adentro,
donde mi vida se hace monótona y vivo sin emoción.
La caída de la hoja expulsando lo viejo da paso a los nuevos tallos,
y en la mar, la morena busca su guarida para invernal,
y los albatros cruzan océanos para anidar.
El otoño ha vuelto y nos sirve para ver que el movimiento es necesario,
renueva la materia y quizás el espíritu, tanto en la tierra como en el mar.
El otoño está en mi mente,
y yo, yo sólo deseo que no me olvide mi gente.
Murcia, 22 noviembre 2015