De pronto, el sol rompe la tela que envuelve las nubes
y dirige sus rayos iluminando el yacer de mi fosa.
De pronto, descubro que no tengo tumba, ni epitáfica losa,
siento perdida mi identidad, siento que soy polvo etéreo
sin nombre ni fecha de nacimiento ni fallecimiento.
Olvidado estoy,
no escribí un libro, ni grabé un disco,
ni tampoco fui político.
Mi familia no me encontrará;
donde llorarán, donde flores llevar,
quién volverá a preguntar por mi, a caso como murió
quién soy y qué pasó, cómo y donde ocurrió?
La gaviota ya no se posa en mi pedestal
ni el picaflor prueba mi rosal.
Ya no tengo identidad, pero no me callo,
el silencio me transporta a la eternidad,
vagando con los espectros de la siniestralidad
por la intransigencia mundana, aquí me hallo.
Necrófitos cuervos sobrevuelan mi tumba,
no la encontrarán, solo mis huesos me delatarán
pues mi alma encogida
transita por la soledad de las dunas
en busca de mi identidad perdida.
Me siento un represaliado, en medio de una guerra fratricida,
unos por rojos otros por beatos,
sepultado y amontonado,
quizás en una cuneta,
o quizás de ocupa en un fastuoso santuario
donde no me corresponde y donde no quiero estar
y todo, por no comulgar con las ideas escritas del lugar.
Ahora, en el olvido, surge la memoria de igualdad, y,
quizás pueda volver al hogar y recuperar mi identidad.
Pero nunca, nunca recuperar lo que pude haber vivido.
Murcia, 11 de mayo de 2016.