Said embarcó con su padre en un viejo pesquero, quizás rumbo a Europa. Crujía y gemía como un gato. Lo mismo se elevaba, que de golpe caía sobre el tumultuoso mar, así una y otra vez.
Sus pensamientos evocaban y recordaban su tierra afgana, al igual que la brisa del mar sentía el aire de sus montañas cuando con sus hermanos se desplazaba a sacar agua del pozo que una ONG construyó, llevando las pesadas vasijas de barro para suministro de la casa de donde ya percibía el aroma de las ricas especies que su madre preparaba al tiempo que remendaba la ropa.
Mientras, el barco seguía cabeceando sobre el agua, y su padre le contaba historias de los secos cabezos de su tierra cuando subía a pastar con el ganado, recordando las frías y largas noches en su hogar y la oscuridad abrazaba su casa de adobe, cuando a partir de la tarde ya no podían estar en la calle, las patrullas vigilaban.
Recordó que una de esas noches la guerrilla secuestró a su hermano Hassan de 15 años para hacerle soldado y a su hermana Faina de 13 para servir a los rebeldes en los barracones.
La mar seguía rugiendo y golpeaba contra el ruinoso casco. Las olas se elevaban cada vez más, y sus pensamientos se tornaban tristes y temerosos.
Quedose durmiendo y le llevó a su último día en la aldea; disparos, gritos…
Agarrado de la mano de su madre corrió y corrió penetrando en la fría noche alejándose de la locura.
Despertó en la cubierta junto a su padre y recordó que su madre no lo había conseguido.
Para salvar su vida distrajo y soportó la violación del guerrillero mientras su hijo se reunía con su padre que en el puerto esperaba, pagando a los traficantes para ganarse la plaza en el barco.
De pronto abrió los ojos y su padre le dijo:
– ¡Ya estamos en la tierra prometida!
Se produjo el desembarco y los cansados pasajeros se agolpaban y bajaban sonámbulos cargados con niños adormecidos en los brazos.
En los andenes del puerto vio caras amables con batas blancas y una cruz roja en el pecho, entregaban mantas de abrigo y con cariño les abrazaban.
No sabia donde estaba pero estuviera donde estuviera sabe, por su padre, que aquí vivirían en paz sería libre y podría aprender y volver a reír y algún día volvería a su tierra.
Meses más tarde, Said, descubrió que nada es como le dijeron; el cansancio, el miedo y el hambre hicieron mella en su ánimo hasta que llegó al país de destino.
Allí conoció gente maravillosa que le ayudó y comenzó aprender la lengua y costumbres, adaptándose, pero sin perder su identidad.
Lo peor fueron los días que pensaba en su madre y hermanos, por ellos debería luchar y luchar para que no fuera en vano su sacrificio.
Murcia, 03 enero de 2017