Trabajó cinco años en buque mercante navegando por todo el mundo. Un día se fijó en una gigantesca linterna que les salvó de unos peligrosos bajos donde había encallado y naufragado otras embarcaciones. La misión de esta columna lumínica le conquistó, puso pie en tierra y allí fijó su residencia.
Como gigante mitológico erguido y solitario, flotando sobre el océano, entre la delgada franja de tierra y el inmenso mar, perteneciendo a ambos mundos y a ninguno.
No hay imagen más sobrecogedora que la de un faro en medio de la tormenta. Quizás sea el símbolo de la soledad azotado por las fuerzas exteriores. Te das cuenta de lo pequeño que eres, de la sensación de inseguridad que transmite la naturaleza en su forma más viva y tormentosa.
Los fareros son hombres de mar varados en tierra. Barba hirsuta, pantalón semicorto y botas, jersey a rayas y gruesa chaqueta. Seres solitarios poco habladores.
Observadores de la cúpula estelar y capaces de situar cada estrella en su línea de constelación, al tiempo de predecir, con 24 horas de antelación, las posibles tormentas.
“No es una vida complicada, bien al contrario permite desarrollar otras aficiones, escribir canciones y cuentos sobre el faro, e incluso dibujarle. Polemizar sobre todo y sobre nada, sin que nadie te lleve la contraria”.
En la actualidad, la llegada de las nuevas tecnologías a los faros convierte al farero, tal como románticamente le conocemos, a recluirse en un cuarto mirando la pantalla del ordenador y apagando y encendiendo luces a varios kilómetros del faro sin el sonido machacón de las olas.
Es posible que la profesión se extinga o se transforme, pero las muchas leyendas sobre estos hombres de mar y tierra tal vez no perezca nunca.
Subo al faro del Cabo y disfruto de las vistas de edificios que nacen del mar, de su levantina brisa, recordando las clandestinas citas de amores.
Y sin prisa, recorro sus calas, donde los buceadores cumplen su baño de iniciación. Todo ello y a mi juicio, justifica que su entorno quede tal cual, pero sin ánimo de polemizar.
Murcia, 1 de agosto 2017