Me siento feliz cuando asciendo al espacioso cielo. El sol es mi compañero, las nubes mis islas, las brumas mi refugio, el viento mi música, las águilas con sus alas desplegadas, mis compañeras, y el planear de los albatros me anuncian la proximidad del continente.
Solo en las alturas encuentro la medida de mi respiración y el ritmo del corazón. El cielo es todo mío, porque yo soy todo el cielo.
Cuando estoy a miles de metros de altura sobre la dura corteza terrestre me siento dueño del mundo y, sobre todo, me siento libre y amo absoluto de mi alma.
En la vida terrestre presiento la esclavitud del navegante. Adicto a comportamientos repetitivos.
Es cierto que allá existen tempestades y huracanes, pero los afronto con menos temor que el que siento ante el estruendo de las tierras habitadas. Mis pensamientos son lúcidos y serenos.
Me gusta hacer piruetas y enviar mensajes de paz y amor.
Cada vez me cuesta más vivir en la tierra, solo soporto este planeta mirándolo desde las alturas; la olla de los cráteres, los ojos de sus lagos, las serpientes plateadas de sus ríos. Al hombre apenas se le aprecia, pero cuando ocurre, le veo como un silencioso insecto.
Puede que ahora entienda mejor a los kamikazes, no por su misión belicista de destrucción, sino porque han preferido perpetuar su vida fundiéndose con el cielo
Cuando vuelvo a mirar la tierra observo un incipiente apocalipsis, propiciado quizás por el hombre al no prestar atención al cambio climático que a pasos agigantados se viene produciendo.
Sobre el Atlántico existe una región espantosa en la que siempre impera la oscuridad, la niebla y los vientos. La llamamos ‘el pozo de las tinieblas’. Los aviadores, siempre que pueden, la evitan; pero yo la sobrevuelo con la salvaje voluptuosidad del peligro, y cuando me siento inmerso en aquel caos negro y rugiente siento penetrar en un sueño infinito. La atravesé ya tres veces y siempre he salido de ella con el ánimo de un resucitado victorioso que ha visto con sus propios ojos el preludio de la creación. Pero en el último, tuve la sensación de no encontrar mi cuerpo, salvo mi alma que voló hacia la galaxia de los espectros.
Murcia, 27 de septiembre 2019