La soledad ya se postula como una de las principales epidemias del siglo. Las ciudades son cada vez más grandes y al mismo tiempo las relaciones vecinales son más impersonales. Cuando el humano es un ser social por naturaleza, desde que nace hasta que muere. Necesita de los demás para vivir.
El mayor peligro de esta nueva etapa es la ociosidad que atrofia tanto el cuerpo como la mente, pues conduce, en la mayoría de los casos, a la apatía y abandono personal: el prólogo de la muerte en vida. «Las pasiones son menos peligrosas que el aburrimiento, mientras las primeras disminuyen en el tiempo, las segundas no hacen más que crecer». (Barbey).
El aumento de esperanza de vida y el uso de las nuevas tecnologías propician el derecho de estar en su casa, negándose al traslado con las familias, además, estas en su mayoría, no están por la labor.
Pero de pronto surge el ‘boom’ de las residencias para mayores y los fondos de inversión están de tras de este nuevo negocio, sabiendo además que la oferta pública es escasa y no cubre las necesidades. Ahora bien, la vigilancia de las instituciones estatales debe estar siempre presente porque sus residentes son personas muy vulnerables e indefensas. España resulta de las más atractivas para montar este negocio por ocupar la tercera posición en el ranking mundial con mayor esperanza de vida, tan solo por detrás de Suiza y Japón, y se postula que sea número uno en 2040.
En la actualidad, el fenómeno vírico del coronavirus, se está llevando a los mayores; no sé si resulta un problema de patología adquirida o quizás rebaja de la partida de pago en las pensiones. Si vengo observando que no nos quieren en la calle, mejor confinados en nuestros hogares sin hacer mucho ruido. Alguien dijo, a partir de los 70 uno piensa que algo o por algún motivo comienza a morirse, hay que comenzar aceptándolo.
–Lánguida y tristes las horas en que se abisma el alma de los mayores, perdiendo el ruido de la vida y llegando a los umbrales del silencio.
Murcia, 20 de septiembre de 2020