Con Megaupload cerrado, Twitter parecía ayer un avispero regado con Red-bull. El cierre llega en un momento en el que muchos en Internet enarbolan la bandera de la libertad de expresión contra la temida ley SOPA estadounidense, que pretende preservar los derechos de autor sin importar el coste, y que tiene enemigos tan poderosos como Google, Facebook o Wikipedia.
La excursión del FBI a Nueva Zelanda para terminar con Megaupload sienta un precedente de hondos surcos para el futuro de algunos servicios de Internet. En concreto para las futuras ubicaciones de los servidores de estos servicios.
No hay que engañarse. Si uno bucea un poco en la biografía de Kim ‘Dotcom’ Schmitz, el creador de Megaupload, entenderá que sus preocupaciones andaban bastante lejos de la lucha por la libertad de expresión.
El ruido que ha generado el cierre de Megaupload responde a la popularidad que había alcanzado el servicio. Queda patente al comprobar que ocupaba el puesto 70 de las páginas más visitadas del mundo, según Alexa. Y eso en un ranking en el que Google ocupa un lugar por cada país en el que tiene un domino personalizado para su buscador.
Sin embargo, el cierre de Megaupload no puede tener una repercusión duradera en la forma en que la gente descarga contenidos. Daré diez motivos pero podría dar veinte: Fileserve, MediaFire, RapidShare, Filesonic, Uploaded, Gigasize, FileJungle, i-Filez, Hotfile y Depositfile.
Internet está llena de páginas web que ofrecen lo mismo.
La verdadera injusticia que se comete con el cierre es el perjuicio que sufren los usuarios que utilizaban el espacio ‘online’ de Megaupload para fines absolutamente legítimos, como guardar copias de seguridad de documentos o almacenar cualquier archivo sin derechos de autor. Conozco varios casos, algunos murcianos, de artistas que repartían su obra a través de Megaupload de forma gratuita y que de la noche a la mañana tienen que buscar otra alternativa.
Fuera de eso, el cierre de Megaupload no supondrá más que una incómoda mudanza. Una mudanza de masas.