La eclosión de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) y la popularización de Internet originó el término sociedad de la información. Si consideramos la información como “materia prima”, su procesamiento da lugar a la sociedad del conocimiento en la que estamos inmersos actualmente.
Aunque las innovaciones “tecnológicas” han jalonado la historia de la Humanidad (fuego, rueda, imprenta, máquina de vapor, autogiro, …) y han originado transformaciones sociales y económicas de gran trascendencia, nunca como ahora, y de ahora en adelante, la cultura de la innovación, basada en el conocimiento y la creatividad, se torna más relevante y estratégica para sobrevivir en un mundo globalizado.
Qué duda cabe que las tecnologías del momento serán herramientas a tener en cuenta para innovar, pero la innovación es multidisciplinar (se puede apoyar en varias tecnologías y afectar a diversas áreas de actuación) y trasciende a los ámbitos puramente tecnológicos, ya que se basa en las personas, en su creatividad, motivación, capacidad de asociar ideas, de trabajar en equipo, de resolver problemas, de cuestionarse hechos que se consideran inamovibles, de crear redes de contactos, de experimentar sin miedo al fracaso.
Por estas razones me atrevo a definir esta nueva etapa que nos ha tocado vivir como la sociedad de la innovación continua. Una nueva sociedad que asume, de forma generalizada el cambio como algo natural, consustancial a un mundo que evoluciona tan vertiginosamente que uno no puede decir que se baja de él, como decía el genial Groucho Marx. No sólo para no bajarse sino para todo lo contrario, para “darle cuerda” al mundo, deben prepararse nuestros jóvenes adecuadamente.
El modelo educativo actual está diseñado para enseñar a desenvolverse en un mundo diferente, en una sociedad industrial ya superada. El paradigma del 2x4x6 (2 cubiertas de un libro, 4 paredes de un aula, 6 horas al día) está obsoleto, no es válido para un tipo de sociedad distinta, en la que la capacidad de memorización no es importante, en la que hay que fomentar la mentalidad emprendedora, la creatividad y las habilidades necesarias para trabajar. Las personas que forman a nuestros hijos y las que les tienen que contratar deben dejar de ser “tribus hostiles”.
Por desgracia, todavía se dan casos de profesores que dictan apuntes en sus clases y que consideran que adaptarse a los tiempos de los alumnos que deben preparar para ser protagonistas de un futuro cercano no forma parte de su obligación profesional. Parafraseando a Celaya y la definición de su poesía, la educación es un arma cargada de futuro.
Urge, por tanto, cambiar el modelo educativo para que los centros de enseñanza no sean ámbitos desconectados de la realidad sino todo lo contrario. La sociedad de la innovación continua lo demanda.