Hace poco, un buen amigo, consultor de prestigio que colabora con varias Escuelas de Negocios españolas me comentaba que estaba diseñando con una de ellas un ambicioso y moderno programa de formación para directivos centrado en la cultura de la innovación pero le habían remarcado que en el título del curso no debería figurar la palabra sobre la que debería gravitar el peso del mismo, o sea: “innovación”.
¿Curioso, no? Es como si se convocara un curso de Inglés avanzado y se publicitara como “Domina el esperanto del siglo XXI”. Este comentario de mi amigo me volvió a recordar el magistral post de Xavi Ferrás, uno de mis gurús de cabecera, “No te podrás jubilar”.
El trinomio I+D+i está muy visto, pero el último término, la “i” , de innovación, parece estar, inexplicablemente, un tanto desgastado pese a ser el de aparición más reciente, el menos comprendido y, sobre todo, el menos aplicado.
Al parecer, la palabra innovación ya “no vende”, al menos como tal vocablo. A lo mejor habría que idear algún sinónimo o crear algún eufemismo para definir este concepto a ver si hace fortuna. Al menos en España, y sobre todo, en el Sur, porque en el norte de nuestro país y en el Norte de Europa no pierden el tiempo con cuestiones semánticas y tienen claro que sin innovación no hay futuro.
Otro tanto podría decirse de China y la prioridad por la innovación marcada por su gobierno con la estrategia Made in China 2025, cuyo objetivo es cambiar la imagen tradicional de manufacturas baratas de baja calidad por otra asociada a productos de alta tecnología y de mayor precio.
Mientras algunos se enredan en disquisiciones lingüísticas, en conflictos de competencias, de liderazgo, o de excusas, el tiempo pasa sin que asuman la urgencia de construir sociedades innovadoras, sin emplearse a fondo en esta tarea.
Pero el mundo no espera. Nos estamos descolgando en la lucha por el bienestar futuro, por el empleo de calidad, por el crecimiento empresarial, por la cohesión social. El Norte de Europa se dispara en la carrera por la innovación. Incluso el norte de España pierde paso en su potencia innovadora como arrojan los indicadores del último informe RIS (Regional Innovation Scoreboard) de la Comisión Europea.
La media europea en intensidad de la innovación está en 0´52. España se sitúa bastante por debajo, con un 0´36. Todas las regiones españolas, incluso el País Vasco, nuestro único “innovador fuerte”, que ha disminuido su puntuación en un 6% , han empeorado peligrosamente su capacidad innovadora.
Murcia (-15% con respecto al último informe) , está en una posición de “innovador moderado”, como la gran la mayoría de regiones españolas. Nuestras fortalezas relativas se centran en el Gasto público en I+D, en los niveles de educación universitaria y en exportaciones de productos de media y alta tecnología. Nuestras debilidades se sitúan sobre todo en la insuficiente inversión privada en I+D,y, en el ámbito de las PYMES, en los aspectos organizacionales, de marketing y de colaboración para innovar.
Los efectos de la crisis, la situación de partida, o la discutible foto que puede arrojar el sistema de indicadores definido por la UE, son atenuantes de la calificación como innovadores moderados de nuestro país y de nuestra región en el contexto europeo, pero las reglas del juego son las mismas para todos.
Para aspirar a ser considerados innovadores fuertes o líderes, en terminología de la Unión Europea, habrá que inspirarse en los países y regiones que ya lo son. Este objetivo supone un reto colectivo en el que los gobiernos tienen mucho que decir, pero la sociedad civil también es corresponsable.
Es preciso generar una corriente social innovadora que ayude, que oriente, y cuestione, llegado el caso, a las Administraciones Públicas, sean del signo que sean, que no tienen por qué poseer ni todo el conocimiento ni todos los recursos, ni el criterio para priorizar actuaciones, ni la organización transversal necesaria para dar respuestas a los problemas actuales y futuros de la sociedad.
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Es hora de replantear la tópica cuestión kennedyana. Que cada uno nos preguntemos, y yo, ¿qué puedo hacer? y sobre todo, ¿qué podemos hacer todos juntos?
Contribuyamos entre todos a construir una sociedad innovadora en la que se manejen con soltura y proliferen ideas y proyectos basados en conceptos como bioeconomía, economía creativa, industria conectada, Big Data, impresión 3D, smart cities, blockchain, el mundo del trabajo, la economía circular, el nuevo management, la innovación social, el futuro de la educación, la innovación pública, el gobierno abierto,…
El reto está servido.