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Juan José Ríos

La i de innovación

Prohibido hablar de innovación

Hace poco, un buen amigo, consultor de prestigio que colabora con varias Escuelas de Negocios españolas me comentaba que estaba diseñando con una de ellas un ambicioso y moderno programa de formación para directivos centrado en la cultura de la innovación pero le habían remarcado que en el título del curso no debería figurar la palabra sobre la que debería gravitar el peso del mismo, o sea:  “innovación”.

¿Curioso, no? Es como si se convocara un curso de Inglés avanzado y se publicitara como “Domina el esperanto del siglo XXI”. Este comentario de mi amigo me volvió a recordar el magistral post de Xavi Ferrás, uno de mis gurús de cabecera, “No te podrás jubilar”.

El trinomio I+D+i está muy visto, pero el último término, la “i” , de innovación, parece estar, inexplicablemente,  un tanto desgastado pese a ser el de aparición más reciente,  el menos comprendido y, sobre todo, el menos aplicado.

Al parecer, la palabra innovación ya “no vende”,  al menos como tal vocablo. A lo mejor habría que idear algún sinónimo o crear algún eufemismo para definir este concepto a ver si hace fortuna. Al menos en España, y sobre todo, en el Sur, porque en el norte de nuestro país y en el Norte de Europa no pierden el tiempo con cuestiones semánticas y tienen claro que sin innovación no hay futuro.

Otro tanto podría decirse de China y la prioridad por la innovación marcada por su gobierno con la estrategia  Made in China 2025cuyo objetivo es cambiar la imagen tradicional de manufacturas baratas de baja calidad por otra asociada a productos de alta tecnología y de mayor precio.

Mientras algunos se enredan en disquisiciones lingüísticas, en conflictos de competencias, de liderazgo, o de excusas,  el tiempo pasa sin que asuman  la urgencia de construir sociedades innovadoras, sin emplearse a fondo en esta tarea.

Pero el mundo no espera. Nos estamos descolgando en la lucha por el bienestar futuro, por el empleo de calidad, por el crecimiento empresarial, por la cohesión social. El Norte de Europa se dispara en la carrera por la innovación. Incluso el norte de España pierde paso en su potencia innovadora como arrojan los indicadores del último informe RIS (Regional Innovation Scoreboard) de la Comisión Europea.

La media europea en intensidad de la innovación está en 0´52. España se sitúa bastante por debajo, con un 0´36. Todas las regiones españolas, incluso el País Vasco, nuestro único “innovador fuerte”, que ha disminuido su puntuación en un 6% , han empeorado peligrosamente su capacidad innovadora.

Murcia (-15% con respecto al último informe) ,  está en una posición de “innovador moderado”,  como la gran la mayoría de regiones españolas. Nuestras fortalezas relativas se centran en el Gasto público en I+D, en los niveles de educación universitaria y en exportaciones de productos de media y alta tecnología. Nuestras debilidades se sitúan sobre todo en la insuficiente inversión privada en I+D,y,  en el ámbito de las PYMES, en los aspectos organizacionales, de marketing y de colaboración para innovar.

Los efectos de la crisis, la situación de partida,  o la discutible foto que puede arrojar el sistema de indicadores definido por la UE, son atenuantes de la calificación como innovadores  moderados de nuestro país y de nuestra región en el contexto europeo, pero las reglas del juego son las mismas para todos.

Para aspirar a ser considerados innovadores fuertes o líderes, en terminología de la Unión Europea, habrá que inspirarse en los países y regiones que ya lo son. Este objetivo supone un reto colectivo en el que los gobiernos tienen mucho que decir, pero la sociedad civil también es corresponsable.

Es preciso generar una corriente social innovadora que  ayude, que oriente, y cuestione, llegado el caso,  a las Administraciones Públicas, sean del signo que sean,  que no tienen por qué poseer ni todo el conocimiento ni todos los recursos, ni el criterio para priorizar actuaciones, ni la organización transversal necesaria para dar respuestas a los problemas actuales y futuros de la sociedad.

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Es hora de replantear la tópica cuestión kennedyana. Que cada uno nos preguntemos, y yo, ¿qué puedo hacer? y sobre todo, ¿qué podemos hacer todos juntos?

Contribuyamos entre todos a construir una sociedad innovadora en la que se manejen con soltura y proliferen ideas y proyectos basados en conceptos como bioeconomía, economía creativa, industria conectada, Big Data, impresión 3D, smart cities, blockchain, el mundo del trabajo, la economía circular, el nuevo management, la innovación social, el futuro de la educación, la innovación pública, el gobierno abierto,…

El reto está servido.

 

 

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Sobre el autor

Si tuviera que definirme en pocas palabras diría que me considero catalizador, promotor de cambios. Dentro de un espíritu inquieto y de sana rebeldía, me gusta definir las actuaciones dentro de un marco que las dote de coherencia. Me importa mucho el entendimiento personal. Mi mundo, hasta los 26 años, se ceñía exclusivamente al ámbito educativo. Estudié Matemáticas y la salida inmediata era la enseñanza. Nunca pensé que podría dedicarme a algo diferente. Me tocó vivir la eclosión de los ordenadores personales de la década de los 80. Empezaron a dotarse los centros educativos de PC ́s. Fui uno de los profesores de Informática de este primera ola. En esta época, junto a un amigo, adquirí mi primer ordenador personal (carísimo) para uso empresarial. Empecé a conocer el mundo de la empresa. En la década de los 90, me cautivó el Informe Bangemann, como marco inspirador de la Sociedad de la Información. De la mano de Juan Bernal, Consejero de Economía y Hacienda, fui Director General de Informática de la Comunidad de Murcia. Fue una etapa apasionante y creativa donde abordamos proyectos como la Red Corporativa de Banda Ancha, la adaptación al euro y el año 2000, la implantación de SAP o la realización de uno de los primeros proyectos de ciudad digital de nuestro país (Ciezanet). Compaginé, durante muchos años, la docencia con el desempeño de puestos de responsabilidad en empresas regionales del sector TIC. En 2009, como profesor, puse en marcha un proyecto innovador cuyo objetivo fundamental era comprometer a los padres en la mejora del rendimiento educativo de sus hijos (proyecto COMPAH). Empecé a familiarizarme con el mundo 2.0 y a emplear estos recursos en mis clases. Como admirador de Morris Kline, soy un amante de las aplicaciones de las Matemáticas al mundo real como elemento motivador de su estudio por parte de los alumnos. Mi primer contacto con las metodologías de la innovación (Design Thinking) se produjo en 2010, de la mano de un consultor, Xavi Camps, que me hizo ver que la creatividad y la innovación son la base de la prosperidad de las organizaciones y que estos atributos se pueden entrenar y perfeccionar. Desde entonces, soy un apasionado de la innovación como concepto transversal. Creo profundamente en la innovación pública. Las instituciones no pueden seguir funcionando casi como en el siglo XIX. Deben transformarse, en el contexto del paradigma de Gobierno Abierto, para convertirse en organizaciones centradas en los ciudadanos, transparentes, sostenibles, eficientes, ligeras y facilitadoras de la actividad empresarial y de la creación de empleo de la mano de iniciativas como el Open Data. Como ciudadano me preocupa especialmente la sostenibilidad de la sanidad pública, y de las pensiones, ahora que voy viendo cada vez más de cerca la edad de la jubilación. No sé contar chistes pero me divierte el humor surrealista y los juegos de palabras, que a menudo sufren familiares y amigos. He trabajado como asesor de innovación en la CARM (2012-2016). Actualmente he vuelto a mis clases en el IES Alfonso X El Sabio, soy Director Adjunto de la Cátedra Internacional de Innovación de la UCAM y participo en un proyecto empresarial.


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