“La pasión por la verdad y por la libertad van indisolublemente unidas” (G. Bernanos)
Este curso que va tocando a su fin he tenido la ocasión de participar como tutor en el trabajo de investigación: “Uso en política de herramientas basadas en las Matemáticas”, cuyo autor es Rodrigo Ayala Poveda, un alumno de 2º de Bachillerato que puede debutar como votante en las inminentes elecciones europeas.
Nombres como Bayes, Laffer, Gini, Lorenz, Banzhaf , D´Hondt o Sixto Ríos van apareciendo en en el citado trabajo asociados a aportaciones de índole matemática al ámbito político, al tiempo que se destacan las aplicaciones tecnológicas como el Big Data, el blockchain o la inteligencia artificial, que permiten mejorar los servicios públicos.
Capítulo aparte merece el uso de las las redes sociales como herramientas de comunicación directa de los ciudadanos que pueden influir en la opinión pública generando controversias que pueden estar basadas o no en realidades objetivas, de ahí la importancia de luchar contra la desinformación y la mentira para evitar la polarización, por cierto, elegida como preocupante palabra del año 2023 por la FundéuRAE.
Cuando algo es admitido por todos como verdadero no cabe la discusión ni el enfrentamiento. La búsqueda de la verdad basada en datos y en hechos contrastados es el pilar básico de la libertad, sin la cual no es posible la democracia.
Es responsabilidad de todos, familia, profesores, medios de comunicación y líderes políticos, garantizar a nuestra juventud el pleno desarrollo de su personalidad en un clima exento de crispación, donde reinen la veracidad y la transparencia, con absoluto respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales, como recoge nuestra Constitución.
La Ciencia, en general, y la Filosofía y las Matemáticas, en particular, se caracterizan por la búsqueda de la verdad a la luz de la razón. Ambas disciplinas académicas son quizá las que más pueden contribuir a este objetivo por su potencial para el desarrollo del espíritu crítico y el rigor en la argumentación lógica que se les atribuye.
El concepto de verdad, como adaptación del conocimiento a la realidad, lleva implícito el ansia de saber que sigue siendo objeto de estudio y de debate, no sólo por parte de filósofos y matemáticos sino también de historiadores y de psicólogos, como José María Martínez Selva, Catedrático de Psicobiología de la Universidad de Murcia, que en su reciente obra, “La nueva ciencia de la mentira” escribe:
“Todos los sistemas morales, todas las escuelas filosóficas y todas las religiones dicen buscar, poseer, defender o propagar la verdad. El filósofo contemporáneo André Comte-Sponville así lo reconoce: «Sí, por supuesto, la filosofía es la búsqueda de la verdad, el placer de entender, pero no solo para los filósofos» . La verdad es un valor social importante que las personas desean y por el que se lucha. La sociedad necesita conocer la verdad, y la mentira es una amenaza contra este empeño colectivo. Los países disponen de instrumentos, de profesionales y entidades públicas y privadas para averiguar la verdad, distinguir el testimonio cierto del falso y, si es el caso, descubrir y castigar al mentiroso”.
No ser indiferente ante lo verdadero y lo falso es una obligación ética obvia que lleva implícita la humildad de reconocer que quizá estamos equivocados en nuestros argumentos. La lógica discrepancia de opiniones inherente a las democracias liberales (y reprimida violentamente en los regímenes autoritarios) debe estar regida por la tolerancia como antídoto del sectarismo que es el germen de la polarización social.
Según la RAE, el sectarismo se define como el fanatismo en la defensa de una ideología u opinión que llega al punto de ignorar las evidencias objetivas que se le puedan presentar a la persona afectada, cuyo cerebro, al parecer bloquea la información racional que podría cuestionar sus creencias, haciéndole impermeable a los argumentos.
Si el entendimiento entre una persona moderada y otra fanatizada es prácticamente imposible cuanto más lo es entre dos personas con ideas políticas, o de cualquier índole, polarizadas en sentidos opuestos. Cualquier intento de diálogo es inútil y frustrante, hasta el punto de llegar a resentirse las relaciones personales y familiares si se tratan los asuntos que causan la discrepancia.
Disonancia cognitiva es el nombre que los psicólogos han acuñado para referirse a esta dificultad para razonar de forma lógica y desapasionada, típicamente sectaria, que impide reconocer los propios errores o admitir los méritos del adversario y supone, en casos extremos, un peligroso primer escalón hacia la violencia y el odio.
El sesgo confirmatorio, que se puede resumir en la lapidaria frase: “tú sólo crees en lo que quieres creer”, consiste en atender sólo a los argumentos que favorecen nuestras creencias y que separa a la sociedad en burbujas informativas disjuntas, en muros en los que cada parte sólo ve, escucha y lee lo que reafirma sus opiniones. Es otro ingrediente, junto a la demagogia que apela a las emociones y nubla la razón, de la emocracia, la llamada democracia sentimental.
La sabiduría popular abunda en antídotos individuales para luchar contra el sectarismo, desde el relativista “…nada es verdad ni mentira, sino del color del cristal con que se mira” de Campoamor hasta el empático dicho anglosajón “tratar de ponerse los zapatos del otro” que deberían ser invitaciones que excitaran la curiosidad por entender las razones que mueven a los demás así como la humildad para cuestionar nuestras propias certezas.