Ya hemos cruzado la línea fronteriza de agosto, la que nos recuerda que pronto viene esa vuelta que nos pondrá a cada uno en el lugar habitual. Ahora, como suele pasar en estas semanas andamos de aquí para allá, aunque algunos corran más y otros menos en las idas y venidas. El veraneo de ahora se distingue por ajustarse a las semanas, menos a los meses y sacarle a los días sueltos su valor y su mérito. Por ello, es muy habitual entender aquello de que hay que hacer una escapada, ir unos días a tal sitio, hacer un viaje corto, pero lo suficiente para desconectar; claro está siempre que se pueda y el resto del tiempo quedarnos en casa, a nuestras anchas, sin reloj y mirando de reojo todo lo que pasa, como si tal cosa, dejando que el cuerpo y la mente se reinicien en estos días de reposo del guerrero, mientras se perfilan nuevas hazañas.
Algunos hemos tenido la suerte de cruzar cielos y tierras y adentrarnos en paisajes lejanos, montañas altas y verdes praderas donde el agua sobreabunda y el cielo se torna lluvioso y soleado en cuestión de horas. Hemos visto castillos, murallas y museos, nos hemos pateado una nueva ciudad y contemplado sus rincones, esquinas y plazas, con el ansia de encontrar un banco para dejarnos caer, llegar a tiempo de que no nos cierren la catedral o de echarnos un buen trago para reconfortarnos en esos ritmos acelerados que se cogen cuando queremos seguir la hoja de ruta.
Ahora, más que nunca, es muy normal que los españoles nos tiremos a Europa con ganas de saborearla y de descubrirla. Curiosamente, en este tiempo de ida, he podido comprobar cómo aunque los españoles apostemos por la europeización, por ser de la UE con todas sus garantías; aún hay y de hecho existen percepciones diferentes que nos separan entre los ciudadanos del viejo continente. Pondré algunos ejemplos que para mí me indican esas diferencias. Por un lado, veo una gran descompensación entre nuestra manera de recibir a los que nos visitan y cómo somos acogidos cuando llegamos a esos países. Sin ir más lejos el tema de la inmersión lingüística es más para nosotros un deber; para ellos no les preocupa. Cuando uno se dirige a un hotel o es normal que dominen su lengua con exclusividad; la nuestra no existe. Asimismo, no abundan las empatías hospitalarias, simplemente las justas o las mínimas.. de ahí que uno tenga, en muchas ocasiones, la sensación de ser un “europeo de segunda” aunque vaya a estudiar a su país. Ellos, sin embargo, son bien acogidos en los aviones, su lengua es la oficial y son atendidos con los brazos abiertos en sus resorts que hemos forjado a cuatro pasos de nuestros aeropuertos, desde donde se torran y disfrutan sin complejos. Estamos a su servicio y ellos lo saben. A la postre vienen de ida, pero están como de vuelta de todo.
(La verdad,19 de agosto)