Hace unos días nos recordaron los ecos de aquel golpe de estado que tuvo a la democracia española, por momentos, entre las cuerdas. Muchos sabrán que la sensación combinada de no saber qué pasa ante los hechos, unido a la desinformación y las acciones bélicas incipientes en ese fatídico 23-F generaron en los ciudadanos un miedo contagioso y un no saber qué hacer y cómo salvar la situación. Sin duda momentos difíciles, para todos los ciudadanos que pensábamos que todo se podría machacar y hundir desde la brutalidad y el poder de la fuerza. En aquellos años, muchos jóvenes pensamos, por momentos, que una nueva historia nos amenazaba con cercar nuestras vidas y cortar la libertad conquistada. Muchos tuvimos la sensación de cierre, de tablacho y de muro, de oscuridad y tenebrismo, de no ver el norte, ni la luz, cuando se susurraba desde la inmediatez la duda y la desesperanza. La metáfora del miedo se hizo presente en aquellas horas y era evidente que se vaticinaba un mal presagio. Ahora, cuando todo parece un recordar, un tirar de la memoria y de los testimonios tenemos la sensación que esa película ha pasado y que es sólo un tráiler en nuestra vida, una película que se estrenó hace mucho, pero que no conviene olvidar, hay que traer a la memoria los logros de una sociedad y de la ciudadanía. Hay que rebobinar nuestra mente y valorar la estabilidad que tenemos y cuidar que nos dure mucho buscando la armonía, la razón, haciendo los deberes como ahora se dice y sabiendo estar ante las dificultades y defender la voz y el voto de la participación, por encima de situaciones que nos lleven a la violencia.
Sin embargo, tras treinta años de aquella historia contemplamos cómo el mundo sigue siendo un hervidero de golpes de poder, de dictaduras y de corrupciones. La locura de algunos individuos es una evidente realidad que aferrados a los sillones y a las tribunas desde años sigue siendo ejemplo de que el fantasma del sometimiento impuesto desde la sinrazón es muy actual. El mundo sigue dando ecos de opresión, donde los sufridores oprimidos se levantan contra esos todopoderosos que han dejado que la miseria acampe entre la multitud que muere en la injusticia. Hay aún demasiados golpistas, dictadores, locos opresores que tienen mucha culpa en los males que sufre la población y los países donde no hay libertades, ni democracia, tan sólo sometimiento a la ley del poder hegemónico. Ahora, comprobamos cómo la voz del pueblo se levanta contra los tiranos desde los sentimientos compartidos en las redes de comunicación que convocan a luchar por la libertad y no dejarse avasallar por la mentira. El éxito de la movilización está haciendo que muchos apuesten por la esperanza. Esperemos que nuestros gobiernos europeos, en otros tiempos golpeados, ayuden a estos ciudadanos que hoy no tienen libertades y no se olviden de aquellos que no alcanzaron la gloria.