Andan las universidades en busca de nuevas soluciones para poder naufragar en medio de la tempestad y la incertidumbre que nos acecha.
En los últimos años y como nunca se había visto, el discurso sobre el significado y el valor de la formación universitaria está siendo protagonista de la actualidad sobre el que se informa mucho más en los medios y sobre cuestiones diversas, no ya tan académicas como antes, sino de otras más novedosas, asociadas al nuevo impulso que tiene lo universitario en la sociedad actual. La universidad hoy, por derivación del nuevo escenario boloñés, ya no se entiende como aquella torre de marfil ajena al mundanal ruido, sino más bien responde a una convergencia de situaciones, aspectos, cuestiones que tienen o deberían tener más relación con el ciudadano de este presente tan cambiante cargado de interrogantes, donde aquello recibido como conocimiento tiene que ir más allá de las cuatro paredes de las aulas. En esta tesitura nos encontramos en los últimos meses con el discurso, ya no sobre el plan Bolonia sí, o no; al parecer lo damos como algo ya asumido o en trance… ahora se escuchan voces y ecos relacionados con la excelencia, como aspiración, deseo y empeño.
Todas las universidades españolas se han tirado a la caza y captura de la excelencia, de la superior calidad como reclamo, como sello e insignia que represente un singular aprecio, valoración y estimación más allá de lo local, bajo la dimensión europea y mundial. Ser excelente, por lo que vemos es cosa seria…y no basta con desearlo y solicitarlo, hay que competir y revalidar esfuerzos para que la apuesta sea fructífera y se pueda demostrar que estamos en el club de los supremos… donde muchos son los llamados y pocos los elegidos, entramos en otro círculo concéntrico más, el discurso se amplía, ya no basta tener calidad, ser competitivo, además hay que ser excelente como los americanos, ingleses o alemanes, coreanos o finlandeses y hay que mirarse en el espejo de los rankings para apostar por ello.
Sin embargo, ante esta nueva aspiración, sin duda legítima y a la vez irreversible por lo que vemos, existe una realidad que dista mucho de ser excelente y es la que nos tiene atados al aterrizaje, a la normalidad, a aquello que pudiera ser mejorable y donde mucho hay por hacer, aunque se diga que estamos en ello. Es decir, la aspiración a responder a ser mejores en lo ya iniciado y no sólo porque cambie la denominación, el título o el grado; sino porque tenemos que saber que las cosas necesitan un tiempo de siembra, otro de cuidado y de recogida de la cosecha. Es difícil entender que podamos con todo y estemos con todos los frentes abiertos. El riesgo se sitúa dentro y fuera de las propias universidades y ahora más que nunca su sueño de grandeza está seriamente amenazado si se cierra el grifo de los dineros, no lo olvidemos.