El auge de lo privado sobre lo público parece que se impone, más aún por lo que vemos la tendencia va siendo progresivamente mucho más vendible en todos los foros. Desde las alturas y, desde el sentir de muchos la universidad privada es mejor, o casi mejor – según se mire- porque como dicen algunos influyentes que apoyan “a muerte” lo privado, lo justifican porque tienen más gancho con las empresas, es decir con los intereses de los que deciden qué, quién y cómo formar a los jóvenes. Toda esta entradilla viene a cuento, por lo que el otro día leí en este diario, en la apertura de una universidad privada donde se dieron apoyos y bendiciones en beneficio de la calidad y la excelencia del conocimiento.
Sabemos por experiencia que las intervenciones de los políticos invitados a las aperturas suelen discurrir entre alabanzas y, también en ocasiones como la que comento, sirven para destacar, subrayar o premiar el enfoque, el significado de lo que se hace, una manera sin duda de estar al quite y servir para divulgar el buen hacer de los promotores. En este sentido, la intervención del consejero de Educación, en la apertura del pasado 13 de noviembre, en la UCAM, fue todo un cántico de alabanza y de destacamiento implícito del enfoque privado sobre el público, cuando dijo aquello de “ las privadas mejoran sus cifras de alumnos porque tienen más capacidad de adaptarse a las empresas”. Tomemos nota, porque al parecer tener más alumnos es síntoma de ser mejor, más emprendedor, competente, o excelente…
Y mira por donde, se nos ha colado de repente, como si tal cosa y con empeño el discurso de la comparación, de ser más, de ser emprendedor, un discurso competitivo, muy del empresariado, de la empresa y lo hemos traducido en cantidad, en cabezas y en dineros contantes y sonantes. El discurso es totalmente paradójico y cuestionable. No me parece adecuado comparar cantidad con calidad, en todos los sentidos, sin analizar qué hay debajo y cómo se promociona y se vende el producto.
Mientras escuchamos el eco del discurso de alabanza a los campus privados que se multiplican por todos los rincones, gracias al apoyo de los emprendedores y de sus políticos, se alzan las voces de socorro de los rectores de las universidades públicas que no saben cómo van a poder maniobrar ante la que les viene encima. La cuestión se puede complicar, y mucho más de lo que parece, pues el discurso de la resta y la división es el que se evidencia como peligroso.