Los acontecimientos diversos que se han dado en estos días han puesto de manifiesto que no todo es más o menos predecible, como antaño y que los cambios a veces vienen de repente y sin esperar dejando fuera de juego esas inercias consagradas, continuistas y forjadoras del pasado donde todo estaba bajo control, como aquellas que en otros tiempos cosecharon victorias con un amplio margen de probabilidad, donde los resultados finales se podrían garantizar con cierta certeza al inicio del proceso. De ahí que era incuestionable seguir en el poder con cierta seguridad y ejercer con semiperpetuidad el puesto, desde el sillón de mando, donde la continuidad era la razón preestablecida y el amparo para esos políticos experimentados que no dudaban en seguir sin pestañear, pegados y bien pegados al sillón. Sin duda, era el resultado de un modo de entender aquello de que la vida seguía siempre igual, una linealidad absoluta que traducía los tiempos de poder en una división entre pocos, unos y otros, donde siempre los mismos ejercían la alternancia, una dicotomía basada en polarizar mayorías que le daban un blindaje asegurado, ante cualquier decisión o resolución. Una práctica que ha cuestionado seriamente la credibilidad de aquellos que ejercían el mando y que tenían asegurados sus logros en cualquier asunto, fuera del tema que fuera, sin consensuar, ni tener necesidad de rectificar o cambiar para conseguir un buen resultado. Esta inercia ha hecho que muchos pensemos cómo nuestros gobernantes responden más a intereses propios y de su camarilla, que a los de aquellos que sufren los problemas en vivo y en directo.
Ahora, por lo que vemos parece que las cosas pueden cambiar, me refiero a esa evidencia de seguir como antes. Habrá que tomar nota y subrayar en la página de la actualidad que el poder de unos pocos podría estar amenazado, como muestran esos descalabros y caídas en picado de los grandes, ante la sorpresa de una diversidad de opciones y el incremento de grupos minoritarios que con poco poder, desde la óptica de antes, al parecer pueden o podrán abrirse camino en estas aguas turbulentas que bañan estos tiempos inciertos. El querer siempre es poder, no se puede dudar, ni mucho menos mirar con recelo a esos que están a pie de calle, entre bastidores, junto a los que se quejan y con mucha razón de la situación actual que tenemos. El desencanto, la desmotivación, la incertidumbre y la falta de dar respuesta a los problemas que muchos sufren es la raíz del descrédito que tienen los grandes, los poderosos, los privilegiados de estar y tener frente a mayorías que sufren directamente el desamparo y el olvido.
Al parecer, como señalaba Juan José Tamayo, en la entrevista publicada ayer en este diario: “la sociedad adormecida ya está despertando, y de forma crítica”, gracias a aquellos que apuestan por dar la voz a muchos ciudadanos, en medio de este revuelo que no cesa.