La educación ha pasado a primer plano, con la publicación los resultados de la sexta edición de PISA de 2015 (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, por sus siglas en inglés) que evalúa cada tres años, desde el 2000, al alumnado de 15 años en 72 países y, en el caso español en todas las comunidades autónomas.
La gran expectación sobre su publicación la esperaban, especialmente, los ministros de los gobiernos de los países implicados, así como los responsables educativos de las autonomías, para saber si sus pasos siguen o no el buen camino, desde la anterior edición para interpretar si sus esfuerzos son adecuados a las puntuaciones obtenidas, y ver si están o no dentro de lo deseable.
De la lectura del Informe se puede interpretar, en comparación con 2012, que nuestros estudiantes es cierto que avanzan tanto en lectura, como en matemáticas, aunque bajan en ciencias, pero a la vez conviene subrayar que los resultados generales han descendido también respectivamente, por lo que a diferencia de lo que ha hecho el ministro Méndez de Vigo, al calificar de “muy satisfactorios” estos datos, mejor sería interpretarlos en el contexto de que no ha habido una subida significativa, más bien ha sido un descenso.
Por tanto podemos afirmar que España se mantiene en un escalafón más bien mediocre, por lo que las posturas autocomplacientes no serían de recibo, mucho mejor sería mirarnos en el ejemplo de aquellos que nos han sorprendido, como Portugal que ha dado un salto histórico, de casi 30 puntos.
Al igual que sería justo reconocer que seguimos a gran distancia de muchos países, por lo que queda mucho por hacer para elevar el listón en este país invertebrado, donde las brechas siguen existiendo aún más entre las regiones.
Sobre este modelo de evaluación son varias las voces que se han pronunciado sobre sus deficiencias, como Santos Guerra, al constatar que PISA evalúa los resultados (no los procesos) obtenidos por los alumnos y las alumnas en tres áreas de conocimiento: ciencias, matemáticas y lectura. No aborda otras áreas del curriculum como arte, música o educación física y, por supuesto, nada relacionado con la esfera de las actitudes y los valores.
Entonces ¿para qué sirve PISA? se pregunta Julio Carabaña, en su libro La inutilidad de PISA para las escuelas, recuerda que lo que miden sus pruebas depende de la experiencia acumulada en toda la vida de los alumnos, desde su nacimiento. Si un país puntúa más que otro no se puede inferir que sus escuelas son más efectivas, pues el aprendizaje comienza antes de la escuela y tiene lugar en una diversidad de contextos institucionales y extraescolares.
De todo ello, como teme Juan Manuel Escudero, el termómetro del Informe PISA pondrá cifra a la calentura del sistema educativo, nos dirá si tenemos mucha o poca fiebre, pero superado el diagnóstico, ¿qué haremos si sigue la calentura? habrá que buscar remedios que sirvan para tratar los síntomas, una cuestión importante que no conviene olvidar para curar la enfermedad.