Vivimos en un mundo cambiante donde todo fluye con rapidez y donde las distancias no marcan tanto como antes.
Hace algunos años, y no muchos, era impensable comprobar lo que ahora compartimos con bastante normalidad, lejos de aquella excepcionalidad que nos arropaba y nos tenía amarrados a nuestros pueblos y barrios, donde todo era así, sin más allá, porque el más acá era la razón y el porvenir, el presente y el futuro para las generaciones, y así todo se veía desde la normalidad de la tradición.
Sin pensarlo, ni quererlo, la movilidad define nuestras vidas, también nos cambia y nos hace sentirnos libres, veloces, inquietos e inmediatos.
El recuerdo me trae a colación que en la universidad éramos muchos quienes estábamos en nuestros afanes, pegados al sillón y con el flexo encendido, preparando las tareas, mientras otros, pocos por cierto, se lanzaron a descubrir las Américas.
La ciencia en aquel tiempo andaba más anclada a la tradición que a la movilidad e incluso no estaba del todo bien valorado ese trajineo para hacer un buen currículo profesional.
Ahora, las cosas han cambiado y las universidades se han despertado hacia la potenciación de la movilidad, la favorecen para intercambiar formación e investigación.
No hay que olvidar la iniciativa de Erasmus, que comenzó en 1987 como un programa de intercambio que ofrecía a estudiantes universitarios la posibilidad de aprender y enriquecerse estudiando en el extranjero. A lo largo de los últimos 30 años ha ampliado su alcance y hoy ofrece un mayor número de oportunidades tanto a personas como a organizaciones.
No es menos cierto que entre los universitarios son muchos los que se ven más atraídos por otro aspecto del Erasmus: el lúdico.
En 2017 se estrenó una película autobiográfica de una estudiante de Comunicación Audiovisual que contó su desilusión al irse a Berlín: lo complicado que le fue adaptarse a su nueva clase en una universidad alemana, la soledad y el rechazo que sintió.
Una visión sobre el lado menos amable y una realidad en la que viven muchos graduados que se formaron en esta Región, en nuestras facultades, y que están por el mundo luchando por su porvenir y revalidando cada día su apuesta.
Cuando las distancias se acortan, sin embargo pienso en aquellos que fueron universitarios y que se nos han convertido en españoles por el mundo.
Aquellos con mayor formación, los más cualificados, han sido los más dispuestos a emigrar para trabajar.
Nuestros jóvenes son los protagonistas de la movilidad impuesta por un país que no ha sabido responder a su futuro, mientras pierde el tiempo en políticas que no están resolviendo los problemas de fondo y el tiempo pasa aunque busquemos las puertas de embarque que nos lleven a mejor destino.