In memoriam de Antonio Carrelón Velandrino (27-04-2020)
Se fue como vivió, desde el silencio.
Se marchó sin hacer ruido, como caminaba cada día.
Se cansó de llorar, a quienes no alcanzaba ver.
Se quería despedir, pero ya no le quedaban fuerzas.
Sé que nos miras desde la Luz de sus rayos.
Sé que ahora eres feliz, junto a los que encontraste.
Sé que el camino se acabó, pero que contemplas las estrellas.
Sé que Dios te acompaña, mi buen amigo y gran compañero.
Disfruta de tu recompensa. Te la has ganado.
(Josefina Lozano Martínez)
Con el confinamiento no nos podemos despedir de nuestros seres queridos que fallecen, creándose una sensación triste que nos traquetea en lo más hondo. El lunes, un correo inoportuno, me quebró la tarde comunicando el fallecimiento de Antonio Carrelón Velandrino, profesor jubilado del Departamento de Didáctica y Organización Escolar, de la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia (UMU). Un formador de generaciones de maestros y maestras, una persona muy querida, un excelente compañero.
Antonio nació en Abarán en 1935, estudió Magisterio y Pedagogía, ejerció de maestro, posteriormente ganó oposiciones al Cuerpo de Directores Escolares, estuvo de director en el colegio de prácticas “María Maroto” de Murcia y se incorporó en 1973 a la Escuela de Magisterio, donde posteriormente accedió a profesor titular de Escuela Universitaria de Didáctica y Organización Escolar. Se dedicó a la docencia hasta 2005, año en que se jubiló.
Entre sus libros: Compendio doctrinal de una Reforma, Normas para el correcto funcionamiento de los centros de educación infantil y primaria y Fundamentos pedagógicos de la Ley orgánica de participación, la evaluación y el gobierno de los centros docente.
Los que conocimos a Antonio Carrelón sabemos de sus virtudes, de su gran corazón y de su generosidad. Con él hemos compartido buenos ratos, hablando de lo importante, y comprobamos cómo compartía su tiempo sin distancias, fiel valedor de su bonhomía que practicaba entre una amplia gama de personas diferentes desde empresarios, médicos, docentes, periodistas hasta personas sencillas que acudían a su amparo.
Desde hace ya algún tiempo, le echábamos mucho de menos. Su ausencia era manifiesta en aquella terraza del Arco, en la que en tantas ocasiones disfrutaba tertuliando, porque no había quien le ganara con la charla sosegada, y no digamos, como bien lo retrató el maestro García Martínez, en su Zarabanda, su generosidad a la hora lo de pagar antes que nadie, con esa mirada cercana y sonrisa respetuosa.
Ahora, cuando todo se ha complicado, creo que ha cumplido su sueño, marchándose en silencio, para encontrarse, sin hacer ruido, con sus Hipólito y Úrsula, que le esperarán con los brazos abiertos.
Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que solo lo puede llenar
el recuerdo vivo de quienes compartimos su amistad.
Descanse en Paz.