Najwa (centro), acompañada ayer por sus padres en el instituto :: EFE
El uso del velo islámico, el ‘hiyab’ como se le llama, es una realidad habitual en un gran número de ciudadanas. La presencia de este símbolo, sin duda, de identificación personal, asociado a creencias de tipo cultural son la esencia en un gran número de mujeres, jóvenes y niñas que lo llevan entre su vestimenta desde hace años y con gran naturalidad. La polémica suscitada en el instituto Camilo José Cela de Pozuelo de Alarcón por la prohibición, según su reglamento interno, de vestimentas que tapen la cabeza, como ésta y las gorras de determinadas pandillas urbanas, ha transcendido los muros del aula, para pasar, mediante el despliegue mediático, a tomar tintes desmesurados. Como han dicho ya algunos, el derecho a la educación y a estar integrado donde se encuentra un alumno en condiciones normales, debe ser una constante en estas historias de vida. En este sentido, deberíamos pensar más en la joven y en su integración educativa que en la legislación vigente o futura. Por un lado ese nivel interior, de conciencia y de respeto nos tiene que llevar a valorar lo importante, subrayar lo esencial y dejarnos para otros momentos esa regularización de los símbolos religiosos en los espacios públicos y educativos.
No conozco centros donde el velo islámico haya sido un asunto controvertido, como tal; aunque hay que reconocer que puedieran ser asuntos menores, sin duda, ante otros que sí enturbian la convivencia y complican la realidad educativa. Por ello, el caso de la joven Nawja, que no puede asistir a ese instituto madrileño por vestir velo, no deja de ser un auténtico drama y más aún su peregrinaje a otro centro, como un calvario añadido a otros que, imagino, llevará la joven y su familia.
Creo que deberíamos pensar más en la persona, en esta chica cargada de vivencias, creencias, amistades, aprendizajes asociados a un grupo, a un 4º curso de la ESO que es un año muy importante en su formación y más a estas alturas de próximo final de curso… Necesitamos reflexionar mucho más en cada caso, valorar los símbolos y ponderar aquellos que buscan la tolerancia, con otros que sabemos se asocian a la violencia, la brutalidad,… y no creo que todas las indumentarias tengan el mismo valor, ni la misma trascendencia. Por ejemplo, no es lo mismo llevar toda la cara tapada, con un ‘burka’ que un velo recogiendo el pelo.
Al mismo tiempo, no debemos perder el norte, porque de lo que se trata es de convivir en una sociedad multicultural, donde hay que defender la tolerancia y el respeto, más que las posturas que conlleven a enfrentamientos innecesarios o a montar conflictos evitables…
A la postre, con velo o sin él, no olvidemos levantar la cabeza, más allá de las cuatro paredes de las escuelas, donde hay que aprender fundamentalmente a convivir y a ser personas. La polémica del velo no puede empañar nuestra mirada, ya lo dijo aquel: Lo esencial es invisible a los ojos.