Me sorprende un anuncio que escucho en la radio del coche, parado en un semáforo, mientras contemplo tras los cristales cómo la ciudad sigue activa, aunque agosto pueda llenar las playas. El anuncio es de una organización que invierte mucho en los discapacitados y que para ello tiene organizada una gran empresa de apuestas que es su negocio. El mensaje se dirige a proponer si, en el fin de semana alguien quiere lavar el coche familiar o- entiendo hacer algo más, referido a tareas del hogar- la respuesta un no¡ rotundo; la segunda pregunta directa y al grano ¿quieres vivir en la abundancia? Sí, sí y que te toque la lotería, te den el mil por uno y te llenes, sin hacer mucho, poco o nada, los bolsillos…Ese sí, sin duda es lo que toca decir, proponer y lanzar a gritos. Un mensaje claro, directo, sin tapujos y sin duda propuesto para que el personal sea millonario. Este contenido puede ser y lo es, sin duda, lícito; sin embargo no me parece adecuado, al igual que hay muchos otros que no se andan con rodeos para proponer un consumo desmedido, un culto a la vagancia y a que venga todo del cielo…la mentira de la vida, la vida de la sobreabundancia que cada vez más es un delito que hace su herida en aquellos que no pueden, no tienen y escasean entre la miseria. La gente forma fila para obtener alimentos en un campamento para personas afectadas por las inundaciones en las afueras de Sukkur (al sur de Pakistán). / AP
La otra mañana, me encontré con un conocido que me hizo reflexionar bastante. Al hablar de la familia, de los hijos, de los jóvenes y de las modas…hizo referencia a los harapos, a cómo las prendas informales y vestimentas que se llevan ahora van rotas, roídas, como esas telas de los pantalones con tiras y agujereados. Se sorprendía de cómo en estos países nuestros, donde abunda una vida placentera, aunque ahora tengamos la crisis esa que azota fuerte, las costumbres nos llevan a querer ser harapientos, pero en las formas, sin saber lo que supone ir como aquellos que lo sufren en otros lugares pobres, donde los harapos son su sustento y su realidad hambrienta. El amigo me comentaba esta metáfora, recién llegado de un mes en África, allí donde muchos llevan sus vestidos rotos, porque no pueden tener abundancia, ni juegan a la lotería y la suya está llamada al castigo eterno de los harapientos, de los pobres de pan y de agua, de los que no tienen para vivir…Sin duda, esta situación tan injusta en la sociedad global que padecemos hace que en segundos recibamos mensajes simultáneos y totalmente contradictorios sobre ganar más y ayudar al tercer mundo. Una sociedad que combina la ficción con la realidad, desde la publicidad y que confunde a los ciudadanos que piensan en ser como aquellos que tienen, suben peldaños y ganan dinero, aunque sean muchos más los que no tienen nada y pierden su vida sin abundancia al borde del camino.
( Jueves, 5 de agosto, 2010)