Ayer triunfó el respeto y el derecho ciudadano a defender la dignidad por encima de todo. La riada humana que llenaba las calles de Murcia era el grito silencioso y responsable de los miles de empleados públicos de la enseñanza y la sanidad junto a los susurros de muchos que sin ser tijereteados por estas medidas han visto también la manera de salir en defensa de la libertad y la total desvinculación de estas protestas con la agresión brutal sufrida al consejero de Cultura. Algunos de los asistentes declararon ante los medios la defensa de separar el sentido de estas actuaciones de las que aisladamente se han dado, lo cual evidencia que los murcianos quieren la paz, por encima de la violencia. Lo de ayer fue un ejemplo de saber estar y apostar por ello, como debe ser y de recuperar el tono, la unión y la horizontalidad de los problemas. En esa simulación del funeral de la Educación pública, con música clásica y velas, se pedía sentido común, dignidad y que todos sepamos que Más recortes en educación, menos futuro para la Región.
Me alegra ver cómo triunfó la serenidad y creo que también hay que pregonarlo, porque en los últimos días Murcia fue noticia de primera, porque nos utilizaron para estar en el centro de la diana informativa de este país donde funciona el clima preelectoral de forma permanente y donde se utiliza cualquier excusa para ejemplificar, como si el millón y medio de ciudadanos de estas tierras no tuvieramos cabeza pensante, ni sentimientos. Aunque es cierto que en Murcia se ha entrado en erupción también son muchos los que siguen estos episodios con intencionalidad manifiesta, desde muchos ángulos y todos ellos partidistas y asociados a diferentes intereses.

Y es que mucho se ha aireado, dicho y redicho por los cuatro costados de esta región huérfana de padres de la gran patria y donde las conquistas son acosta de apretarse el cinturón, hacer de tripas corazón y servir a los grandes, a los más fuertes. El síndrome de cenicienta devaluada, de estar al servicio de los de primera clase o categoría se siente en las comunidades uniprovinciales y mucho más en aquellas donde no hay consonancia de color y de partido entre el gobierno central y el autonómico. Este hecho, ser de Murcia, por mucho que no queramos y que nos rebelemos nos pesa y muchísimo, en esta sociedad de etiquetas y estereotipos donde, además de conocernos por el mapa del tiempo y porque se come bien y hace mucho sol, se nos conoce más por nuestros defectos que por nuestras hazañas o virtudes manifiestas. Es tiempo de lanzar mensajes diferentes, reales y creativos en defensa del trabajo, de la convivencia y de la mejora, no de la rivalidad.

Ahora es tiempo de apostar por la Educación pública, sin rodeos, sin tibieza y con la cabeza bien alta, por sus docentes, por las familias de niños y jóvenes que necesitan saber más y mejor, para llegar a conquistar tierras prometidas libres de complejos de inferioridad que nos hagan salir de la desigualdad,del estancamiento cultural y académico que padecemos. Por eso habrá que cuidar y mimar a los jardineros que con esmero y dedicación tienen que cultivar el jardín en tiempos de recortes y bajaestima. Los políticos responsables de la gestión y de las decisiones tienen la obligación de escuchar a los miles de implicados y apostar por el encuentro, el diálogo y la exposición argumentada, detallada y contrastada con los sufridores del tijeretazo, para debatir por dónde se mete la tijera, porque lo que está en juego es la dignidad del trabajo bien hecho, el cumplimiento del deber y el no sentirse avasallado ni sometido a medidas impuestas, sin un proceso donde se puedan intercambiar pareceres, buscar acuerdos y tomar decisiones que puedan explicarse para que podamos seguir comprometidos por la mejora de esta región y de sus ciudadanos en la mala racha que ahora, a unos más que a otros, nos toca padecer.