Mientras esperamos datos positivos que suban la moral de los ciudadanos y nos den el aliento necesario para seguir tirando del carro, nos vienen oleadas de informaciones que se amontonan en los medios y de forma redundante golpean la fibra sensible de nuestros corazones. Hoy hace una semana de la tragedia de Lampedusa, esa isla de la muerte donde fallecieron cientos de inmigrantes que partieron de Misrata (Libia) en ese barco repleto de personas dignas de una vida, de salir de esas dictaduras que los matan y los dejan sin el pan de cada día. Eran eritreos, somalíes, ghaneses…para los europeos, sin duda de allá abajo, de otros mares, donde fluyen las guerras y las matanzas, donde mueren de hambre. Muy pobres, de color, los vemos como si fueran lejanos, extraños que se tiran a la mar y esperan que un pesquero o una nave de la señal de alarma y sean rescatados. Esta vez la nave se incendia y se hunde entre las aguas turbulentas de la indiferencia y del rechazo, de la angustia por no ser socorridos, todo un drama provocado como dijo el valiente Bergoglio, por la “globalización de la indiferencia”, una tendencia al parecer muy común, asumida sin pestañear por los políticos que define aquellas respuestas que son muy habituales, asumidas como si tal cosa y se hacen siguiendo los procedimientos y protocolos preestablecidos por normativas interesadas en un mundo irresponsable, ambicioso y totalitario donde la máxima es que cada uno se apañe como pueda.
El otro día lo escribía Lluís Bassets en su columna periodística, donde reflexionaba sobre “la subsidiaridad irresponsable” a la que estamos llegando en relación a esa indiferencia, abandono de unos países a otros, de los mejor situados a los que están por abajo,a los últimos de la fila. De hecho, la toma de decisiones entre gobiernos, países, autonomías o instituciones no son acordes con las necesidades de las ciudadanos y se dan situaciones de este tipo, donde el desentenderse o no poner los medios suficientes para resolver las dificultades ante la inmigración que llega a Europa da lugar a que tengamos que sufrir estas tragedias que, sin duda, podrían evitarse.
Lampedusa es el botón de muestra de esa indiferencia, de esa dejadez por parte de Italia, y de la Unión Europea, y lo mismo sucede si vamos tirando del hilo. El sur también existe y tiene derecho a ser acogido porque la persona no se debe etiquetar, clasificar o subordinar al dinero que tiene, o al color de su piel. Ahora, en estos tiempos en que algunos reclaman derechos, más autonomía, más euros, no podemos abandonar y olvidar a quienes sufren las inclemencias de la violencia, el abandono, la indiferencia porque están al raso. De nuevo la muerte llama a la puerta ¡qué vergüenza¡ como exclamó el papa Francisco en un gesto libre de denuncia para aquellos poderosos que permiten, callan y otorgan sin piedad.
Acuse de recibo/ 1o de octubre/Twitter: @javier_ballesta