Hace unos días se festejaba el día del maestro, en muchos colegios de Infantil y Primaria, donde se recuerda el valor y el gran protagonismo que tienen los maestros y maestras que educan a nuestra chiquillería.
En ese 27 de noviembre, festividad de San José de Calasanz, la consejera de Educación, Adela Martínez-Cachá, con gran acierto y sensibilidad agradecía en la red social Twitter la gran labor de los maestros con un tuit que recuerdo: “Un profesor trabaja para la eternidad, nadie puede predecir dónde acabará su influencia”. Un texto que subrayo y hago mío, porque es totalmente cierto como muchos lo hemos comprobado.
La influencia que se ejerce desde la enseñanza es grande y cuando pasan los años, al borde del camino, te encuentras con esas recompensas añadidas, generosas y gratuitas de reconocimiento a una labor, a un haber hecho, una huella que no se borra y que permanece.
A mí me ha pasado, como a otros colegas, encontrarme con aquel alumno que tuvimos que nos reconoció y se nos acercó, con más edad y totalmente cambiado con respecto a aquel chaval de clase y, tirando del hilo de la memoria viva, con un recuerdo intenso y mediato, nos hizo recordar tantas y tantas cosas.
Toda una recompensa que por momentos te cambia la cara y te alegra el corazón.
Los recuerdos vividos son muchos y los momentos se amontonan en esos encuentros, cuando dejamos las aulas y nos vemos frente a frente, en igualdad, más allá de los muros de la escuela, en la calle donde somos ciudadanos que narramos nuestras experiencias.
La educación no acaba en el aula, es en la vida donde crece y se hace, donde todos seguimos educándonos.
En ese día del maestro, el humorista Puebla también puso su guinda en una viñeta donde se veía a un padre que le decía a su hijo que el director le había comunicado que le faltaba el respeto al profesor; el chico le contestaba al padre, con cierto asombro e interrogándole en voz alta, que él siempre decía de sus maestros que eran unos vagos.
El punto ácido, del humorista gráfico refleja una triste y fiel realidad que, en ocasiones hiere y mucho hacia aquellos que colaboran en la educación de nuestros hijos.
Y es que olvidamos que la educación empieza dentro de la casa, ahí se siembra y habrá que esperar la cosecha.