Al finalizar las fiestas y con las rebajas llega, por estas fechas de nuevo, la primera convocatoria de los exámenes universitarios. Se han convertido en toda una tradición impuesta y mantenida, desde hace muchos años, ya vista con total normalidad, no solo por los que se examinan, sino también por los que de forma indirecta lo viven de cerca. En especial, me refiero a esos progenitores que tienen que adaptarse a esos ritmos impuestos en el que sus hijos tienen que encerrarse, aislarse y apretar los codos, porque no están para otra cosa y es bastante lo que se juegan.
En estas semanas de frío invierno, se ve como algo normal que la estudiantina se examine, porque ahora toca y nadie discute que estos períodos de intenso barbecho servirán para que se cierren ciclos, se superen créditos y se siga repitiendo la misma partitura de siempre dejando su propia melodía en un ambiente cargado, propio de la cuesta de enero.
Y es que, pensándolo bien, los tiempos de estudio vienen tan marcados que parece como si fuera en estos momentos cuando se concentran los esfuerzos del oficio, como si en los otros meses todo fuera más relajado y placentero. Al tiempo que nos pasamos la vida examinándonos, desde Educación Infantil, Primaria, Secundaria, Selectividad, hasta el grado universitario, el máster, TFM, tesis, las oposiciones… y nunca acabamos. Todo se resume en ese ciclo que nos hace tener que estar siempre revalidando lo mucho o lo poco que sabemos, pare responder a aquello que, se supone, hemos aprendido.
El periodo de exámenes en las universidades es el tiempo en el que se para el reloj y los campus se quedan casi desiertos, con poco movimiento, sin la vidilla propia que los define, mientras el personal anda encerrado apretando codos a golpe de horas. No existe tregua, ni diferencia entre los días de la semana, todos son laborables, nada de extras y a toque de arrebato habrá que hacer una gran inmersión. Un tiempo grisáceo que calienta las cabezas y los ánimos.
Semanas en la que miles de estudiantes acuden ‘en masa’ a las bibliotecas y a las salas de estudio municipales para echarse al cuerpo maratonianas sesiones de estudio. El horario de esos centros, se adapta a las necesidades de sus usuarios con el objetivo de brindarles un espacio adecuado y tranquilo en el que repasar sus apuntes. Para crear un clima de trabajo en el que se facilita el estudio, no se permite comer ni beber, los teléfonos móviles deben permanecer en silencio o apagados.
Mientras pasan las horas y los minutos, todo fluye buscando la barita mágica, junto a otros, con la mirada puesta en ese almanaque, con los días señalados y deseando que todo pase deprisa, mientras esperamos que acabe esta pesadilla que nos quita el sueño.