La educación de nuevo ha saltado a los medios en estos días, por las ideas del filósofo José Antonio Marina quien comprometido por sus ideales reformistas le ha llevado a colaborar con el actual ministro de Educación en la redacción del Libro Blanco de la Función Docente, donde, entre otras cosas, propone y por ello ha sembrado la polémica, que los docentes sean gratificados en función de los resultados. Una propuesta de premiar a los mejores profesores por sus obras. Sin duda, una cuestión totalmente novedosa que suena a titular, pero que viene coleando en el pasado añejo de la reforma educativa y, en los últimos años se ha quedado en el cajón del olvido, entre los papeles y que ahora se quiere rescatar, aunque considero que no es oportuno en estos momentos previos a un no saber qué pasará en este país invertebrado que tiene que resolver infinidad de cuestiones prioritarias que se amontonan en cascada.
Y no digo, que se me entienda bien que no hay que evaluar a los profesores, como prioridad, pero no sólo hay que saber qué y cómo se enseña, quién o quiénes realizan su labor con más o menos interés o motivación, sino que la lista de actuaciones se queda corta, muy corta si lo que se quiere es cambiar la educación de este país. Hay cien mil cuestiones, todas ellas importantes y relevantes previas que condicionan y conforman el modelo educativo que tenemos y el que padecemos y, no hay que olvidar que llevamos arrastrando bastantes años, sin consenso de mínimos, empecinados en imponer la normativa legal y la ley educativa, por encima de la lógica del sentido común y de la mejora pactada. Creo recordar que desde 2007 tenemos aparcado el Borrador de “Estatuto docente” y cuando se quiso retomar en 2009, con el ministro socialista Ángel Gabilondo estábamos en tiempos de vacas flacas, de crisis económica y de tiempos revueltos. Desde entonces no se ha hecho nada, en este sentido. Por eso, ahora entrar a saco con la idea de que hay que evaluar a los profesores, como reclamo de que por ahí hay que ir puede dar lugar a montar un falso directo, donde la dicotomía bueno y malo nos dañe la vista y nos impida ver el bosque.
Ahora, cuando los días suenan a precampaña electoral, a cierre acelerada de listas de políticos que se pelean por salir en la foto, cuando no sabemos qué hacer en este país invertebrado entre la hojarasca del olvido y la memoria de un presente cargado de incertidumbres entre las que estamos inmersos en cien mil problemas como son : el paro, la corrupción, la falta de timón en nuestros gobernantes y la incapacidad por resolver estos asuntos no tiremos a la diana de los docentes, mejor exijamos que nuestros políticos estudien la manera de colaborar en mejorar la educación que tenemos y que no convence, tampoco a los docentes, muchos lo agradecerían.