Atasco. 8:50 de la mañana. Los coches que toman la salida de Cartagena bloquean a los coches que intentan seguir hacia Juan de Borbón. El embudo se traga lentamente a los vehículos. Todo el mundo tiene prisa.
Algunos de los que tienen prisa hacen trampas. Se sitúan en el carril de la izquierda, avanzan a mayor velocidad para después, a la altura de la salida, quedarse casi detenidos, suplicando a los conductores de al lado que les dejen pasar. Éstos, comprensiblemente recelosos, tardan un rato en cederles el sitio. Dudan si dejar de lado los buenos modales y mandar al listo camino de Juan de Borbón. Finalmente cede, pero se acuerda de toda su familia.
Los atascos sacan de quicio a cualquiera. Todos llevan su mejor cara de asesino. Mire adonde mire veo expresiones de aburrimiento o desesperación. En todos sitios excepto en el espejo retrovisor central.
Detrás de mí hay un Beetle blanco, y dentro del Beetle blanco, una chica. Y es la única que no tiene cara de estar en un atasco. Pienso que tal vez todavía no se haya dado cuenta. Pienso que es probable que no se haya podido tomar el café y que esté todavía camino de despertarse.
Cada vez que miro la veo moviendo la boca. Lo hace todo el tiempo. Dudo si está hablando por teléfono o maldiciendo igual que todos. Pero la chica no tiene cara de maldecir.
A la derecha tengo una furgoneta que conduce un tipo que se tira la ceniza del cigarro encima; delante, una mujer hablando por el teléfono móvil y haciendo aspavientos con las manos.
Escucho la radio. Tengo sintonizada una estación de noticias. El debate de esta mañana carece de interés. Busco otra emisora. Paso de una a otra. De vez en cuando miro por el retrovisor a la chica que no deja de mover la boca. Encuentro una en la que están poniendo una canción que me gusta.
Vuelvo a mirar por el retrovisor. No habla. Está cantando. Lo sé porque le pone demasiado énfasis.
Me aburro. Así que me pongo a buscar emisoras para ver si está cantando algo de la radio. Y la encuentro. La veo cantar en sincronía perfecta con los altavoces de mi coche. La vida con banda sonora.
Es una buena canción. Empiezo a cantarla yo también. Guardo la esperanza de contagiar al de delante.
Quiero sembrar una ola de contagio musical; un efecto dominó de sintonizaciones que cambie el humor dentro de los coches. No es un gran plan, pero es el que tengo.
Lo intento un rato. Luego me canso. El de delante no sabe nada de sincronías.