Demasiado tiempo. Demasiadas horas de dormir y caminar, de acostarse y levantarse, de trepar, de dudar. Demasiadas horas sin saber la respuesta a la pregunta hasta cuándo, demasiado tiempo luchando por abrir una puerta que sólo conducía a un muro de hormigón. Demasiado para Nicholas White, encerrado, absolutamente abandonado, lanzando gritos que nadie escuchaba.
Era viernes por la noche. No había mucha gente en el rascacielos de oficinas de Nueva York en el que trabajaba para una revista.
White –ejecutivo, cuarentón– había salido de la oficina para fumarse un cigarrillo.
Cuando terminó. se metió en el ascensor y apretó el número 43.
El vídeo muestra las cuarenta horas de encierro en sólo tres minutos. Podemos ver a cámara rápida todos los movimientos de White en ese asfixiante cubículo metálico. Impresiona ver cuántas veces intenta abrir la puerta, o verle dormir acurrucado en el suelo, cansado, impotente, o trepar por la pared para empujar el techo en busca de algún hueco por el que escapar.
Fueron cuarenta horas. Él no lo sabía cuando lo sacaron. Se había dejado el teléfono móvil y no llevaba reloj. No llevaba mucho encima cuando sintió la sacudida del ascensor al detenerse: dos caramelos, tres cigarros, y dos eternos días por delante.