En el SOS todo el mundo lleva sombrero. Todo el mundo adora la actuación de James. Todo el mundo siente algo de pena cuando Rufus Wainwright canta el Hallelujah de Cohen y su voz se levanta levemente entre el murmullo de la multitud.
Going to a town sigue poniendo los pelos de punta, incluso al irrisorio volumen al que suena. No cabe duda de que es una de las mejores canciones que uno puede escuchar un domingo por la mañana, lástima que sea viernes por la noche.
Rufus se vino sin banda y su recital para auditorio se perdió en un escenario construido para el rock. Rufus es un tipo con talento. No lleva sombrero pero se mueve como si lo llevara todo el tiempo. Hay gente que nace con el sombrero puesto y ya no hay vendaval que se lo arranque de la cabeza en toda la vida.
Abajo los asistentes compran chapas, comen perritos, beben cerveza. Abajo todos quieren un trocito de césped y un hueco en la escalera para un rato y un pedazo de suelo para bailar en las carpas de los DJ’s para después.
Lo bueno del SOS 4.8 es que aúna en el mismo espacio a gente de muy diverso gusto musical, y de un modo u otro, contenta a todos en su justa medida.
El cantante de los Kaiser Chiefs tira cosas: tira micros, tira baquetas, tira la pandereta, y de poco se tira a sí mismo desde uno de los pilares laterales del esqueleto del escenario.
Estamos todos abajo recibiendo disparos de luz, flashes de estribillo.
Al segundo día pasa Alaska y pasan las Nancys y los Digitalism y los Chemical y nadie se acuerda del nombre del grupo de Bimba.
Te encuentras con unos y con otros. Todos van camino de alguna parte. Y tú andas perdiendo a unos y a otros y sigues el rastro de los sombreros y llegas a la barra y te piden dos euros por cada ticket y tres tickets por cada copa y decides que no vas a beber mucho.
La camarera, rubia como pocas, con un corte de pelo que se acerca al cubismo y los pantalones caídos como toldos inundados, baila y canta un estribillo que en su boca parece el himno de una generación entera, por ejemplo la nuestra. Y aunque sabes que no lo es, que dentro de un año la rubia será morena y que estará cantando cualquier otra cosa en cualquier otra barra, te dejas contagiar un poco y finges que lo que suena es un himno y que los que cantan son héroes.
Es cierto, la mayor parte de las canciones que han pasado por el SOS son de consumo rápido, pero nadie se engaña a ese respecto, se consume, se disfruta y se olvida.
Por lo demás, el SOS ha sido un festival cuanto menos interesante. Buena señal es que se haga difícil haber pasado por allí y no lamentar haberse perdido algo. Algunos, muchas más cosas de las que quisieramos.
En todo caso, resulta estimulante encontrar propuestas así dentro de una ciudad que tiene clientela para ello.
Se abre el buzón de sugerencias para futuras ediciones. ¿Pasaste por el SOS?, ¿te gustó?, ¿llevabas sombrero?, ¿dejaste de ir porque el cartel no te convencía?, ¿alguna idea para el próximo?