Iban paseando por Murcia. Eran como el punto y la “i”: un padre y su niña sorteando las dificultades de caminar cogidos de la mano con semejante diferencia de altura.
Ella pequeña, él enorme. Ella, saltarina, extrovertida, con el pelo rubio en catarata doble de coletas; él, alto, despistado, andando con la espalda ligeramente doblada para permitir que las botas de la niña siguieran en contacto con el suelo.
Me quedé mirándolos porque me pareció realmente graciosa la manera en que ella imponía el rumbo a su padre.
Ella mandaba, ella elegía la dirección, ella arrastraba al gigante sacudiéndolo como si no pesara.
Diré que la niña parecía una niña y el padre, su globo de helio.
Andaba pensando en el padre-globo-de-helio, cuando pararon en seco. La niña ordenó: “Esperaaaaaa…”
El padre se detuvo. La pequeña, inmóvil, guiñaba los ojos tanto que supuse que estaría mirándose los párpados por dentro.
Su cara apuntaba hacia un cartel: “Inmobiliaria”. La niña continuó el quejido dirigiéndose al globo de helio: “¿No ves que quiero leer esto?”
Él soltó una sonora carcajada, y mirándola incrédulo, dijo: “¡Pero si tú no sabes leer!”
No pude evitar reírme yo también.
Lo importante es intentarlo, pensé. ¿No hacemos eso todo el tiempo también los adultos?, ¿no nos pasamos la vida entera intentando cosas que nunca antes conseguimos abordar con éxito?