Llevo todo el verano mirándome la punta de los pies porque hace un par de meses leí que nos movemos en un radio de menos de 10 kilómetros en el día a día. Era la conclusión de un estudio publicado por la prestigiosa revista Nature. Los investigadores habían analizado a 100.000 ciudadanos de Reino Unido rastreando la señal de sus teléfonos móviles; y habían descubierto que en tres meses era posible conocer los patrones de movimiento de casi cualquier individuo y que estos no solían ser muy amplios en el espacio.
Llevo todo el verano, como digo, mirándome la punta de los zapatos sólo para ver si tenían razón, pero me temo que actuar como mi propio observador me condiciona, y es posible que me haya movido más de la cuenta sólo para dibujarle un pico a la estadística.
Decían los investigadores que en casi todos los casos es posible reducir a 4 ó 5 rutas repetitivas todos nuestros movimientos. La justificación la tenían clara: el puesto de trabajo, que obliga y ancla nuestras tentativas de huida.
La duda es entonces qué pasaría si nos soltasen la correa en la que nos escudamos para justificar nuestra falta de kilometraje. Sería terrible para nuestra propia autoestima descubrir que la esquina de al lado sigue siendo nuestro lugar preferido. Nos costaría asumir que además de ser animales de costumbres, lo somos también de corto alcance.
Ahora estará pensando el lector que él mismo es la excepción. Tal vez esté lejos de su lugar de trabajo, veraneando. La pregunta es si veranea en el lugar de siempre, o en el caso de que la respuesta sea negativa, cuánto se mueve una vez llegado a destino.
Es habitual que las mentes y los cuerpos vayan por caminos distintos. Las mentes hacen más kilómetros, claro, miles de kilómetros más que los cuerpos.
Nuestra cabeza siempre habrá ido y vuelto de más sitios.
Luego llega la mañana, te levantas; y vas por el mismo camino al mismo lugar; y llega la noche y esquivas los mismos obstáculos por las mismas aceras para llegar y sentarte en la mesa de ayer.
La rutina es el par de zapatos más cómodo del armario. Pero cada cual elige el que se pone finalmente. Lo ideal, digo yo, debe ser no atarse mucho los cordones.