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Rubén García Bastida

La esquina doblada

Tratado de las cosas rotas

Hay caras que llevamos en los genes; gestos surcados tan profundamente en nuestra epidermis que, llegado el momento, no podemos borrarlos ni con nuestra mejor actuación, ni fingiendo con todas nuestras fuerzas. Son expresiones que se encuentran agazapadas en alguna parte, en algo mejor que la memoria, preparadas para salir a la superficie. Son parte de una naturaleza que nos supera.

1.

Eran tres. Llevaban, en una delgada bolsita de supermercado media vajilla. Caminaban por la calle con sus platos, sus tenedores y sus cuchillos de sierra. Hasta las cucharillas para el postre llevaban, dios sabe por qué, en una endeble bolsa de plástico esos tres mientras caminaban por la calle.

Yo estaba en el coche esperando a que el semáforo se pusiera en verde. Me fije en ellos porque se movían con dificultad. Debían estar trasladando sus cosas a otro piso, supongo; haciendo una mudanza a pie.
Pasaban a mi lado cuando la bolsa —cualquiera habría podido adivinarlo— se rajó y dejó caer al suelo toda la vajilla. Los platos se convirtieron en polvos de talco, y los tenedores saltaron, y hasta los cuchillos y las cucharillas para el postre saltaron tintineando en la acera.

Se quedaron petrificados. Estaba claro que era absurdo intentar recoger todo aquello. Salvo los cubiertos, todo lo demás había quedado inservible.
El semáforo se puso en verde y aceleré. Desde la rotura de la bolsa hasta que arranqué, debieron pasar unos quince segundos en que ninguno de ellos movió un músculo.
Los dejé atrás, alrededor del improvisado collage de cerámica.

2.

Hace un par de años, presencié un atropello en el centro de Murcia. A la altura de Centrofama, un coche giró la esquina y se llevó por delante a un hombre de unos 50 años. Había demasiada gente alrededor. Los servicios de emergencia venían de camino. El hombre estaba tumbado en el suelo, seguramente con varios huesos rotos. El conductor permanecía de espaldas, con las manos apoyadas en el capó del coche y la cabeza agachada. Estuvo así hasta que me fui.

3.

No hace mucho, mientras fumaba en la ventana, presencié lo que a todas luces fue una discusión de pareja. Estaban en el interior de un coche y la energía con la gesticulaban y movían las manos les delataba. Ella bajó del coche, dio un portazo y entró en un portal. Cuando terminé el cigarro, él seguía ahí sentado, con el motor encendido, la tristeza en la cara y la mirada perdida.

Todos tenían la misma cara: las cejas levemente levantadas pero sin arrugar la frente, los ojos abiertos e inexpresivos, la boca cerrada pero con la mandíbula lo suficientemente relajada para que los dientes no se tocaran. Es la cara que llevamos guardada en el más profundo de nuestros bolsillos, el gesto que espera su momento para brotar de forma inesperada como si lo hubiéramos ensayado desde hace años, la cara que todos tenemos cuando nos damos cuenta de que lo hemos roto, y comprendemos que ya no tiene arreglo.

Temas

sociedad

Sobre el autor

Periodista en 'La Verdad'. Guardo un rincón para las cosas pequeñas en 'La esquina doblada'. En Twitter soy @garciabastida


febrero 2009
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