Es el Día de la Poesía. No importa quién lo dice. Ni siquiera los poetas lo saben. Será porque hacen aviones de papel con los calendarios, y descubren que la vida va en serio demasiado tarde mientras sitúan sus cadáveres en posición correcta.
Amanece completamente sábado, con un poco de niebla en los parabrisas y una nube sobre la esquina del mapa del tiempo que nos cobija.
Cuando leo los diarios compruebo que no ha dejado de crecer el dolor en el mundo a treinta minutos por segundo, ni siquiera hoy. Si yo fuera Vallejo también estaría muerto.
Por lo demás, el día avanza sin ganas y sin poemarios en las manos de nadie, como viene siendo costumbre.