Funciona así. Las playas se llenan porque se vacían las ciudades; existen nuevos sitios de moda porque hay viejos lugares que han dejado de estarlo (y los modernos, como el agua, se trasvasan). Así con todo.
La ley de los vasos comunicantes dice que, para que estemos tan tocados y hundidos, alguien se lo tiene que estar pasando en grande en otra parte.
Nos dicen que la década pasada fue una fiesta y que, a cambio, nos toca pasar unos años limpiando el salón lleno de botellas y ceniceros del presente, despertar al tipo que duerme en el sofá e invitar a abandonar la casa al grupo de erasmus que sigue bebiendo en nuestra sala de estar.
Debió ser una fiesta realmente salvaje, porque muchos ni siquiera recordamos haber estado en ella. Aunque si hacemos un esfuerzo podríamos nombrar a algunos que sí estuvieron. Para eso vienen muy bien las hemerotecas y los archivos. Todos seríamos capaces de señalar sus caras en las fotos de entonces.
Y sin embargo aquí nos tienes, limpiando; nosotros, que solo estábamos lanzando un palo cuando el aire nos devolvió esta astilla. Y pese a que las doce hojas del calendario de 2012 piden ser arrancadas, arrugadas y abandonadas en la misma papelera en la que ardieron otros años, hace solo unos meses que se compró el coche más caro de la historia.
El mundo está lleno de extrañas relaciones. A veces muy sutiles. La calle se ha ido llenando de ideas a medida que se vaciaba el Congreso; nos hemos ido enterando de la verdad a través de las mentiras; la esperanza se acorta porque la espera se alarga; se compra más oro, se roba más cobre; se te abre la boca porque te tapan los ojos. Funciona así. Y la ley de los vasos comunicantes dice que, para que yo haya escrito algo como esto en el suplemento de verano, alguien debió publicar un artículo terriblemente divertido en la sección de economía el invierno pasado.