Completa tu perfil, me dice. La red social tiene un millón de dudas; lo pregunta todo. Nombre: Rubén García Bastida. Edad: desconocida. Indica tu fecha de nacimiento. No. ¿Qué canciones te gustan? No lo recuerdo. ¿Qué libros has leído? Otro día te cuento. Fulanito ha indicado que trabajó contigo. Estupendo. Ciudad de origen; añade una ciudad de origen. Omitir. ¿Dónde vives? Omitir. ¿Qué estás pensando? Que tiene gracia; que vivo en una ciudad de origen, es decir, en un lugar desde el que la gente parte.
Hace unos días supimos que el número de personas que abandonan la Región ha aumentado un 205% desde 2008. No parece que la gastronomía pueda estar entre las causas. Solo en el último año 1.700 personas han dejado la Comunidad. El dato no hace más que refrendar lo que uno ya percibe en su día a día: que el extranjero va conquistando poco a poco los prefijos en las agendas.
Hemos visto cómo se ha ensanchado en los últimos años un vacío que nada tiene que ver con el que toma las ciudades en verano; uno que está hecho de ausencias más duraderas.
Casi todos nos hemos despedido de alguien. No es difícil ver a gente de mi edad, de mi edad desconocida, coger un avión en una ciudad de origen para buscarse la vida en una de destino.
Facebook, entre tanto, anda haciéndome preguntas que no quiero responder. La web insiste en que le confirme algunos datos mientras yo sigo jugando al despiste y rechazo con evasivas todas sus solicitudes. Sé que es una batalla perdida. Facebook conoce tanto de mi círculo que es casi imposible evitar que despeje la equis por su cuenta. Por eso tengo una sonrisa, mitad amarga, mitad satisfecha, cuando vuelvo a la pantalla y compruebo que la «movilidad exterior» ha minado su capacidad de deducción. Completa tu perfil, me dice. ¿En qué ciudad vives? Y me ofrece tres opciones; las tres que le parecen más probables: a) Edimburgo, b) Dublín, c) Bruselas.