Si tal y como rezan los reclamos de las ofertas vacacionales, irse es igual a ‘perderse’, volver tiene que ser necesariamente muy parecido a encontrarse. En ese caso, que el verano se acerque a su fin, no puede ser tan mala noticia.
La recuperación de los hábitos que se han perdido en los días de calor supone un ejercicio reconfortante, y forma parte de un extenso ritual que nos devuelve la sensación de estar en casa. Y eso que la definición de ‘casa’ ha cambiado mucho en los últimos años. Hay quien, en un acercamiento contemporáneo y humorístico al concepto, ha llegado a decir que hogar es aquel lugar en el que conoces la contraseña de la red wifi. En cualquier caso, y sea lo que sea un hogar, volver es un largo trayecto vengas de donde vengas, y llegar, siempre un triunfo.
Todo marcha sobre ruedas en cuanto aceptas que nada va a ser exactamente igual a como lo dejaste.
El francés Robert Recorde, responsable de que hoy dibujemos dos rayas para representar el símbolo matemático de ‘igual’, explicaba que eligió ese signo porque «dos cosas no pueden ser más iguales que dos rectas paralelas». Fue su forma elegante de reconocer que no había encontrado nada mejor. Las dos líneas son idénticas, pero una está siempre encima de la otra, y la posición -bien lo saben los de abajo- también define. En ese sentido, que nos hayamos movido o que lo hayan hecho las cosas a nuestro alrededor, puede suponer un cambio sustancial. Cualquier pequeña modificación requiere su encaje, pero en ese proceso de reubicación siempre es posible salir ganando.
Ahora las carreteras vuelven a cargarse de maletas y depósitos llenos, y la ciudad parece un enorme reencuentro en el que la misma conversación viaja por todas las bocas. Se preguntan, se responden, y no sé bien si vienen de encontrarse, de perderse, o si han descifrado la contraseña de alguna red, pero seguro que todos han pensado en algún momento que tampoco está tan mal estar de vuelta.