Se llenó el Cine Rex de Murcia, irónicamente, el día en que anunciaron su cierre. Nos encanta ensalzar aquello que hemos perdido. Las fotografías de las colas póstumas son ya historia de la ciudad. La improvisada ceremonia coincidió con otro adiós simbólico a más de 3.000 kilómetros de distancia. Concretamente en Islandia, donde se celebraba el primer funeral por un glaciar. Ahora, lo único que nos queda de ‘Ok’ -que así se llamaba- es una placa conmemorativa. Del Cine Rex ya sabemos que al menos conservaremos el edificio. Los dos son vestigios de un abandono coral. No hay que olvidar que detrás de toda desaparición hay una intrincada colección de motivos.
‘Ok’ fue declarado oficialmente muerto en 2014, cuando su masa de hielo dejó de tener movimiento. Siguiendo el mismo baremo podríamos datar la defunción del Rex muchos años antes del apagado definitivo de sus proyectores. A sus salas también les fue abandonando la cinética, y ya decía Dylan que quien no está ocupado naciendo, está ocupado muriendo.
Las desapariciones y la pena que estas nos generan pertenecen a ramas distintas. Las primeras tienen que ser de ciencias y las segundas, de letras. Al menos es lo que se deduce de que podamos contar las ausencias en números enteros, pero solo seamos capaces de cuantificar la tristeza que nos queda con palabras. Esta semana no he dejado de escuchar una canción de Jorge Drexler que las usa con la puntería habitual para pedir un deseo: «Que encontremos la manera de despedir a los glaciares». Con esta banda sonora en la cabeza he seguido el fuego intencionado de Canarias. Con ella también he sabido que el Amazonas acumula ya más de 72.000 incendios en lo que va de año. Seguro que muchos de los brasileños que votaron a Bolsonaro tras escucharle prometer que primaría la economía sobre la protección del medio ambiente también lamentan el humo negro, pero no tanto como para hacer presidente a su rival.
No se trata de si las cosas nos importan, sino de si lo hacen lo suficiente. Lo que no se defiende, se pierde. Y luego solo nos queda el edificio, o una placa, o algo peor.
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