Guardo la esperanza de que los gobernantes actúen sobre el Mar Menor mientras buscan otra cosa
Cuando ya no quedan motivos para creer, se abandona la razón y se abraza la esperanza. El deseo sustituye a los motivos y la fe, a la evidencia. Es un mecanismo de defensa como otro cualquiera. Y he de reconocer que he empezado a experimentarlo con el Mar Menor. En ocasiones me veo dando la mano al optimismo infundado en lugar de a los argumentos. A estas alturas anda uno muy decepcionado. Las palabras de los responsables ni convencen ni alientan. La reacción política al desastre sigue siendo tan tibia y chulesca que resulta maleducada. Así que, una vez desechada la responsabilidad como motor del cambio, les confesaré que más de una vez he deseado que la solución llegue por accidente. Es decir, que mientras los políticos intentan otra cosa, acaben actuando de forma acertada sobre el Mar Menor. Y no es a la suerte a lo que me encomiendo exactamente, sino a la serendipia. Me explico, la Real Academia de la Lengua define la serendipia como el «hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual», un descubrimiento afortunado e inesperado que llega cuando en realidad se está buscando algo distinto. El término describe bastante bien nuestra errática forma de estar en el mundo: dándonos cabezazos aquí y allá, tropezando sin descanso y consiguiendo, muchas veces sin saber cómo, salir de un atolladero tras otro celebrando la victoria como si fuera fruto de nuestra pericia y no del azar.
Hemos dado con muchas cosas así. Con América, por ejemplo. O con la penicilina. Su descubridor, Alexander Flemming, llegó a ella tras observar el efecto que había tenido un moho sobre uno de sus cultivos de bacterias tras unas vacaciones. Los rayos X también surgieron por accidente: Wilhelm Röntgen experimentaba con rayos catódicos cuando dio con la primera radiografía. Y algo así le ocurrió también al químico Albert Hoffman, que buscaba un medicamento cuando inauguró el primer viaje psicotrópico por LSD. O a la farmacéutica Pfizer, que intentaba crear una pastilla contra la angina de pecho cuando obtuvo la viagra. La historia es una sucesión de resultados inesperados. Y a eso me encomiendo. Cruzo los dedos para que los responsables de la crisis ecológica del Mar Menor, mientras buscan otra cosa, por ejemplo evitar un castigo en las urnas, no ya en estas elecciones, sino en las próximas autonómicas, se vean tomando, de forma colateral y por pura serendipia, las medidas que requiere la laguna. Por conciencia ecológica ya hemos visto que no va a ser.