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Rubén García Bastida

La esquina doblada

Golpes, promesas, cascadas

El niño estaba a punto de partirse la crisma. Yo habría saltado de la mesa como si fuera el encargado de recoger el pase que da el campeonato de rugby al equipo local. La madre miró de reojo, volvió la cabeza y dijo: “Déjalo que se caiga. Así ya lo sabe para otra vez”.
Esperé toda la comida el momento de salir corriendo. El niño no perdió el equilibrio ni una sola vez. Pensé que llevaría ya un par de aterrizajes forzosos en el cuerpo. Tenía buen olfato para el peligro. Estuvo varias horas jugando con los límites de la física y sin embargo, no lo vi caer en toda la tarde.
Memoria corporal, me dije. El recuerdo del dolor.
El cuerpo recuerda los golpes. Los entumecimientos nunca desaparecen del todo, incluso los que fingen hacerlo. Las caídas en bicicleta nos firman autógrafos, los tropiezos nos regalan traumatismos de ida y vuelta y lecciones que se aprenden para siempre.
Luego alguien encendió la televisión y se coló en el salón un racimo de noticias del día. Buena parte de ellas eran sólo palabras, promesas electorales.
Caí en la cuenta de que, si bien los golpes no se olvidan, todo lo que acababan de decir los señores de la tele, pasaría al más estricto de los silencios de aquí a cuatro años.
Los golpes tienen valor vinculante, una vez recibido uno, sabes que el hematoma viene de camino; no sucede así con las promesas. La promesa y el objeto prometido son tan independientes como las esperanzas y la realidad. Pertenecen a planos distintos, se escriben con lenguajes diferentes.
Los ciudadanos no aprendemos de una vez para otra. Los ciudadanos ya no somos unos niños sensibles al tacto del suelo. Los ciudadanos tenemos callos en las utopías y cinismo digerido como para saber olvidar con elegancia los pequeños –y no tan pequeños— deslices de los partidos. No, los ciudadanos no aprendemos de una vez para otra, ni apuntamos, ni tomamos nota porque nuestra condescendencia es parte del juego. El perdón al exceso verbal figura ya en la letra pequeña del manual de la costumbre democrática.
Ahora vienen tiempos de promesas en cascada. Sonarán como ovaciones en los mismos salones en los que los niños aprenden a fuerza de golpes cuánto son capaces de inclinarse sobre el respaldo del sillón sin hacerse sangre. Sonarán con fuerza hasta el 9 de marzo, y luego, sin hacer ruido, se irán a la última fila y se dejarán sepultar por esas pocas grandes promesas que se cumplen, que dan de comer otro poco de optimismo a los cuerpos olvidadizos de los adultos que ya no recuerdan cuánto pueden inclinar sus exigencias sin que les hagan sangre.

Sobre el autor

Periodista en 'La Verdad'. Guardo un rincón para las cosas pequeñas en 'La esquina doblada'. En Twitter soy @garciabastida


febrero 2008
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