Abilene es una ciudad del sur de los Estados Unidos de la que sospecho pocas cosas emocionantes. Reconozco que nunca he ido y que es probable que no lo haga en toda mi vida, pero también soy consciente de haber estado en sitios que no esperaba por motivos poco razonables alguna vez.
Jerry B. Harvey, un experto en gestión y profesor de la Universidad George Washington, utilizó esta población de Texas para formular una paradoja que pretende mostrar cómo podemos tomar decisiones erróneas al formar parte de un grupo.
La paradoja de Abilene cuenta cómo cuatro personas –un matrimonio y los padres de la mujer– juegan plácidamente al dominó en la localidad de Coleman cuando deciden, sin mucho sentido, embarcarse en un tortuoso viaje turístico de 80 kilómetros en coche a Abilene.
El resumen de cómo acaban estas cuatro personas en un destino que no desean es más o menos el siguiente: el padre propone el viaje sin mucho entusiasmo, como por decir algo en un día aburrido; su hija afirma que le parece «una gran idea» pese a tener sus reservas; el marido acepta siempre que la suegra quiera ir; y la suegra, claro, dice estar encantada; más que nada para no aguar la fiesta.
Nadie quiere. Pero van. A veces pasan estas cosas. Alguien grita «¡eh!», tú dices «¿cómo?», y ahí te ves, preparando la maleta; por mucho que hayas entrenado frente al espejo tu gesto de pronunciar con firmeza ese «no» que se te escurre, por mucho que sepas que no te espera nada bueno. A veces, en el momento de la verdad, abres la boca y escuchas muy nítida tu propia voz diciendo: «¡Claro!».
No está de más preguntarse de vez en cuando si estamos yendo a Abilene. Y eso no tiene ya nada que ver con un viaje. Ocurre cuando eliges ante otros ojos: los compañeros, los amigos, la familia; les pasa incluso a algunos presidentes del Gobierno. A veces, estás a medio camino de alguna parte y no sabes el motivo. Entonces, igual es el momento de parar el coche, bajar tus cosas y volver a casa andando.