Dylan esquivo, Dylan inasible. «Yo le di mi corazón, pero ella quería mi alma» se le escuchó cantar en Murcia, en el eco de una canción que ha viajado más que todos los asistentes de la plaza toros juntos. La voz de Dylan araña. La voz de Dylan suena como si la hubieran arrastrado del paragolpes trasero del coche en la eterna gira que es su vida.
Las cosas han cambiado, pero hay algo que no. Dylan nunca ha llevado bien que le atrapen. Cuando le erigieron en portavoz folk contra la guerra de Vietnam compuso una canción de despecho e hizo chillar una stratocaster. Ha decepcionado a su público muchas veces para no decepcionarse a sí mismo. Probablemente lo hizo adrede en más de una ocasión. «Dejadme en paz –parece decir–. No soy vuestro». Pensaba en eso este domingo mientras salía del concierto en Murcia, una actuación que nos conectó durante dos horas con la historia de la música popular. Ya intuía que habría muchos descontentos. El volumen del sonido fue comedido, y no el atronador al que han acostumbrado los festivales los oídos del público; las sillas estaban demasiado cerca unas de otras en el coso, no había pantallas donde verle la cara en zoom y, por si fuera poco, Dylan no dijo una palabra ni interpretó una sola canción como están grabadas en los discos. No soy vuestro. Quien conoce un poco su trayectoria no puede encontrar sorpresa alguna en esto. Los sorprendidos se delatan. No saben quién es. Pero quién puede culparles. Nadie sabe bien quién es Dylan, aunque algunos vayamos intuyendo definitivamente quién no es. A la vejez le ha dado por prohibir las fotos y los vídeos en sus conciertos. Casi no concede entrevistas. Cambia todos los acordes y retuerce las melodías hasta hacerlas irreconocibles. No hay actuación del de Minnesota que no tenga su colección de indignados. Resulta incluso divertido.
He escuchado que hubo quien se marchó a mitad de concierto, que otros tuvieron la sensación de que Dylan era solo la sombra de Dylan. La opinión contrasta con la que tenemos otros muchos. Que el de Murcia fue un ‘show’ sobresaliente, una actuación que extiende el largo hilo de una leyenda de la música.
Dylan carga con la losa de los grandes ídolos. Una parte importante de sus seguidores no pueden soportar que Bob Dylan no sea lo que ellos esperan que sea Bob Dylan. Quién puede culparles. Nadie elige sus expectativas. Sospecho que una fracción del público que fue a verle no sabía quién es el autor hoy. Así que no encontró al tipo de sus discos favoritos. Ni al que canta a la paz ni al que canta al despecho. Mucho menos al que hace chillar una stratocaster. Algunos fueron a ver a sus recuerdos. Pero ellos ya no estaban allí. No es culpa suya.
Sin embargo, en la actuación de Murcia hubo algo que desde el principio parecía indicar que Zimmerman se encontraba misteriosamente a gusto. Salió al escenario animado, con esa peculiar forma de andar que han esculpido los años, como si el suelo le quemara y tuviera que seguir yendo siempre hacia otra parte. Apareció enfundado en una americana blanca dos tallas más grande de lo necesario y, cuando empezó a cantar, quedó patente que, además, su voz estaba a punto y que su banda, con la que no dejó de hablar durante toda la actuación, es tan sobria como excelente. Se le vio enérgico en los primeros compases del concierto. Pensé que sería un espejismo.
Vi a Dylan la vez anterior en que pisó la Región. Fue en Lorca en julio de 2008. En aquella ocasión puso un teclado de lado en el centro del escenario y actuó de perfil sin mirar al público una sola vez. Parecía que tocara para sí mismo y que, nosotros, los asistentes, fuéramos visitantes de un acuario al otro lado del cristal. Esperaba algo parecido en Murcia porque yo también tengo mis expectativas. Por eso celebré para mis adentros la colocación de su piano de cola, de cara al coso, y verle levantar el brazo a mitad de altura en el ecuador del concierto, en algo que pareció un saludo ‘interruptus’ a los asistentes. Definitivamente estaba contento.
Durante el concierto se entregó por momentos a los ritmos del rock and roll, y hasta pudimos ver a Dylan hacer alguna demostración vocal que evidenció que aún puede ser un intérprete solvente.
Con los acordes finales aún resonando, Bob Dylan, con su saco blanco por chaqueta y sus pantalones negros de brillantes, fue hasta el centro del escenario y se detuvo a saludar. Pareció disfrutarlo, aunque quién sabe. Fue la penúltima muestra de que estaba en una de esas noches en las que las cosas funcionan. No hizo lo mismo en otros conciertos. De hecho, Dylan estaba tan exultante que pudimos verle hacer algo aún menos habitual en él que sonreír. Se despidió lanzando besos al tendido en la confirmación de que la actuación tuvo algo que otras no. Su interpretación, su actitud, el repertorio… Todo estuvo a un gran nivel en Murcia y, pese a todo, hubo quien salió contrariado por la distancia que separó lo presenciado de lo imaginado. Nada nuevo en realidad. Dylan entregó su corazón. Pero ellos querían su alma.
Twitter: @garciabastida