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Rubén García Bastida

La esquina doblada

Inteligencia ficción

Si lo hubiera dicho un don nadie, o el vecino del quinto que suele visitar al del cuarto de uvas a peras; si lo hubiera dejado caer un día de estos el vendedor de la esquina o el cajero de supermercado que lleva su nombre y su primer apellido plantados en el pecho pero al que todo el mundo llama chico; si lo hubiera dicho yo mismo, o el que vende los televisores planos, habría pasado como una exageración cualquiera, como una hipótesis de las que se lanzan miles cada día. Pero lo dijo Justin Rattner, que así dicho no parece nada, pero que es nada más y nada menos que el director tecnológico de Intel, la compañía más importante de fabricación de microchips del mundo. Dijo: «Se especula con que nos aproximamos al punto decisivo en que el desarrollo tecnológico acelerará a velocidad exponencial, y que las máquinas superarán a los seres humanos en su capacidad de razonar». Y aún fue más allá y quiso dar una fecha: el año 2050.

Lo primero que piensa uno es que tampoco es tan difícil. La primera reacción, superada la sorpresa, es asumir, como una cosa de lo más normal, que un robot pueda superar en capacidad de razonamiento sin mucha dificultad a según qué mentecatos humanos de los que circulan sueltos por la calle.

Es cierto que hay listones altos, pero hay listones que un robot debería saltar sin problemas.

Es mi primera reacción. Creo en Rattner.

Y en esas estoy, creyendo en Rattner y en su presagio, cuando comienza a vibrar, por falta de batería, mi teléfono móvil; hecho de relevancia, pese a lo que pueda pensar el lector, porque hará que cambie de opinión respecto a Rattner.

En el mundo de la tecnología, el problema no es la falta de avances, el problema son los errores en su aplicación. El ejemplo es mi móvil. Todo un avance tecnológico, una miniatura capaz de hacer casi cualquier cosa.

Debieron tardar meses en desarrollar este modelo; una serie de voluntades deben de haberse coordinado para llevarlo a cabo: diseñadores, ingenieros, informáticos…

Sin embargo, en algún momento, alguien pensó que era buena idea iluminar la pantalla y activar el vibrador para avisar de que tiene poca carga. Luego perfeccionó la idea: que los avisos sean más próximos entre sí cuanto menos batería quede.

Consecuencia: una vez que el teléfono da el primer aviso, entra en una espiral que lo lleva indefectiblemente a una rápida descarga total.

Lo intuyo. Mientras los robots dependan de nosotros, serán tontos de remate.

Sobre el autor

Periodista en 'La Verdad'. Guardo un rincón para las cosas pequeñas en 'La esquina doblada'. En Twitter soy @garciabastida


agosto 2008
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